Hay distintas formas de analizar la realidad. Y también, claro, de contarla. La gente, sobre todo en el tercer grupo, tiene una acusada tendencia gregaria. Necesita ser parte de algo. Especialmente durante la adolescencia y en la vida laboral, etapas en las que la sensación de pertenencia puede llegar a ser una necesidad existencial. Pero eso no es fácil. Ni gratis. Es posible que haya que comulgar con un catecismo cuyos postulados varían con el tiempo. En función de quién los enuncie en cada momento. Y puede que no sea suficiente hacerlo con alguno de esos postulados. Ni siquiera con la mayoría. Puede que haya que comulgar con todos.
Por concretar un poco y bajar de los cerros de Úbeda, supongamos que estamos hablando de un individuo, hombre o mujer, que, por razones personales, familiares o de trabajo, está obligado a relacionarse en el entorno político vigente en la tercera década del siglo XXI. En teoría esta persona podría observar la realidad y callarse, u opinar sobre lo que ve en el sentido que en cada ocasión le pareciera más conveniente. Ambas posturas le conducirían, probablemente, al ostracismo y al aislamiento social. Pero también podría aspirar a formar parte de algún colectivo o partido existente y, para hacer méritos rápidamente, podría manifestarse en contra de las corridas de toros o, incluso, a favor de la independencia judicial.
La primera de esas dos posibilidades es inocua. Apta, quizá, para obtener una cierta pátina progresista, pero irrelevante a la hora de asegurarse la bienvenida en un partido. Estar a favor de la independencia judicial es más prometedor, pero hay que evitar peligrosas generalizaciones. Separar cuidadosamente a los jueces cuya independencia es defendible de aquellos que utilizan su poder para perjudicar al gobierno de turno. La independencia de estos últimos debe ser cuidadosamente supervisada. Pero en todo caso, son posturas que, en el mejor de los casos, sólo servirían para señalar una peligrosa tendencia a tener ideas propias.
Así que nada de esto es significativo a la hora de asegurar su pedigrí como miembro, o incluso como reconocible simpatizante a tiempo completo, de uno u otro colectivo. Lo que, como ya he dicho, no es cosa sencilla. Para eso hay que prestar atención al discurso actual del partido o asociación que elija –mejor si se puede acceder a una actualización diaria–, y atenerse estrictamente a su contenido en cualquier actividad o conversación. Y para ello hace falta, y eso es lo que se pide, fe. Y poca memoria. Y fuertes convicciones, como diría alguno de los más carismáticos líderes actuales. O al menos lo suficientemente fuertes como para comprender que, si lo que dicen ahora es distinto de lo que decían antes, por algo será.
Una vez alcanzado este estado de pertenencia, que hay que cuidar y actualizar día a día, se puede acceder a una realidad que hasta ahora ha permanecido oculta. Historias antes inverosímiles adquieren para nuestro personaje, desde una nueva y más amplia perspectiva, las características de una verdad revelada, quizá contrafactual, pero que los hechos ya no pueden desvirtuar. Y así, como Winston Smith, a fuerza de repetir el discurso del Gran Hermano, terminará creyéndoselo. Y amándole.