Fidel soñaba con no preparar más maletas cada vez que el rey volvía a España de regatas. Soñaba que en uno de esos viajes se quedaría para pasar en paz su vejez y él haría lo propio. Pero esto de publicar sus memorias ha desbaratado sus planes. El rey le está contando ahora que el libro está ya a punto de caramelo y solicita su opinión. A Fidel le pide el cuerpo preguntarle ¿a quién se le ocurre? pero sabe cuál es su sitio.
– Majestad, ¿le parece conveniente publicarlo?
– Fidel, siempre tan contenido. ¿No lo entiendes? Tengo que contar yo las cosas, que hice algunas buenas y se están olvidando.
– Desde luego Señor, hizo muchas cosas por su país, pero quizás fuera más acertado contarlas cuando estemos instalados en España otra vez.
– Volveré en la caja de pino, si no me queman y me llevan en un jarrón para más inri.
– No diga eso ni en broma, el pueblo español lo respeta y su familia no se atreverá.
– El pueblo es ingrato y desmemoriado y la familia…esta no es una familia como las demás. Y no me tires de la lengua, si hablo, faltaré.
– Pues eso le digo yo, que “en boca cerrada no entran moscas” y que lo que no se escribe, no se lee.
– Con la edad te has vuelto ocurrente. El libro está ya y, si me equivoco, peor de lo que estoy no creo que pueda estar.
– Tiene razón, lo de la guillotina o el fusilamiento son de otra época y de otros reinos. Aquí no se ha liquidado nunca a ningún rey.
– Pues no sé qué te diga, la pena de destierro es infamante y esa es la historia de mi familia. A mí me ha tocado por partida doble: al nacer y al morir.
– Si hay vida hay esperanza, pero, si me permite, no dé más entrevistas a los periódicos sobre el libro en cuestión.
– Le Figaro es un periódico serio y calla ya, coño, que me quedan dos telediarios y no quiero enterrarme en vida.
– Disculpe Señor, voy a preparar las maletas que es lo mío.
– No te cabrees Fidel, es que no pinto nada y han dejado de quererme y es jodido.
– Anímese Señor, está invitado a la comida familiar por la celebración de los cincuenta años de reinado. Es un paso.
– Pues vaya consuelo, desterrado, también, del resto de las celebraciones. Un apestado soy. Cincuenta años de monarquía, la que instauré yo, te recuerdo, y a mí que me zurzan. Si estuviera muerto, se acordarían más. Esto es peor que el purgatorio. ¡Si mi padre levantara la cabeza! Juan sin Tierra fue, se reunía con el caudillo a bordo de aquel yate, ni pudo estar en tierra firme. Y yo soy también Juan (Carlos) sin Tierra, sólo vuelvo al mar y medio de tapadillo.
– No se amilane, es este mes, en noviembre nos llega a todos la melancolía.
– Pero si hasta eres poeta, Fidel, anda calla y saca una botella de champán, quiero brindar por mi padre que está enterrado como Dios manda.
– Suele brindarse por los vivos, para que tengan salud y suerte.
– Yo ya no espero nada de los vivos, Fidel, estoy ya más allá que aquí.
– No diga eso señor, la historia pondrá las cosas en su sitio, Ya lo verá.
– Yo no veré nada, la historia depende de los que la escriben, a saber qué dirán. Por eso he largado yo antes de que me quede, también, sin memoria.
Fidel no insiste, sabe que es un error, pero no le corresponde convencerlo y, además, le puede el cariño que le tiene, son muchos años. Va a buscar el champán, tiene una lágrima bailando en cada ojo, él, que no es sentimental. No volverán. Sube la cabeza, sorbe las lágrimas y le lleva al rey lo que ha pedido.
– Siempre a su servicio, Majestad.







