Carmen enviudó hace unos meses. Disfruta con amigas, sus hijos viven cerca y mantienen una estrecha relación, la cuidan y acompañan. Sin embargo, se sincera: “Cuando estoy en casa, se me cae encima”. En la misma conversación, Pedro, quien vive junto a su mujer, reconoce que “ahora, en la vejez, es cuando más nos necesitamos”.
Estos dos testimonios ilustran una realidad entre los mayores. Cada vez vivimos más años. La esperanza media en Aragón se sitúa en 80’2 años para los hombres y en 85 para las mujeres. Pero esta noticia, buena en sí misma, es matizada por diversos cambios sociales que afectan a la calidad de vida.
En estas últimas décadas ha cambiado la familia tradicional, cada vez más disgregada y formada por menos personas. Así como las transformaciones en las relaciones directas: las tiendas del barrio que desaparecen, cada vez nos cuesta más establecer vínculos con vecinos, amigos que se ven poco…
Respuesta a la soledad
Y así, llegamos al término de “soledad no deseada”. En Aragón, según el Observatorio de las Personas Mayores, viven solas más de 78.000. “Se trata de un 14’6 % de los hogares”, explica José María Ballabriga, usuario del Centro de Mayores del Barbastro, “Sólo en Barbastro viven 4.300 jubilados. Muchos de ellos, solos. Así nos podemos dar cuenta de la magnitud de este problema del que no se habla y pasa desapercibido”, añade.

Esta situación afloró durante la pandemia como él recuerda: “Hay personas con problemas para desenvolverse en el día a día. Que no pueden hacer la compra solos o acudir al médico y, sobre todo, que no pueden llevar una conversación al no tener con quién”.
Conchita Vidaller vive en Graus con su marido. Una vez a la semana, miércoles o jueves, sale a pasear en compañía de la familia y acaban merendando en un establecimiento de la localidad. “Me da miedo estar sola o que mi marido se quede solo. Sí, la soledad me asusta”. Disfruta tomando té bien caliente, sigue preparando repostería casera y ahora ha comenzado a recibir llamadas de unas jóvenes con quienes, sencillamente, conversa. “Pasamos un rato muy agradable y recordamos historias del pasado que me gustan”.
Estas jóvenes que llaman a Conchita estudian el grado de Atención a Personas en Situación de Dependencia en el instituto Martínez Vargas de Barbastro y acaban de poner en marcha esta iniciativa, la de llamar a personas mayores. La idea nace de la propia experiencia de una profesora de este grado, Natalia Asso. “Mi madre, viuda, vive sola en un pueblo y cuando hablamos me doy cuenta de que necesita charlar. Vi que se podía paliar de alguna manera”, cuenta.
Subsanar esta urgencia de comunicarse encaja a la perfección en estos cursos y también en la metodología. Durante este segundo trimestre, las alumnas telefonearán a las personas que lo hayan pedido. Ellas mismas se han encargado de la difusión por sus localidades: Barbastro, Binaced, Capella, Graus, Binéfar… dejando folletos en establecimientos y servicios frecuentados por mayores. Hasta el momento se han inscrito 35. “Nos parece una acogida fabulosa y, si hay interés, valoraremos prolongarlo”, aclara Asso.
Edurne, una joven estudiante de Barbastro, comenta que resulta “novedoso e interesante tratar a los mayores y experimentar cómo funciona la teleasistencia”. Pasada la incertidumbre de los primeros momentos y el temor a quedarse en blanco, la conversación fluye natural. “Resulta muy bonito que te cuenten, nos motiva y también notamos su cariño. Es un compartir porque el ser humano necesita expresarse y aunque muchos no puedan salir de casa, sí pueden hablar”, resume Nancy, otra estudiante.
Cuando acabe el trimestre quieren organizar una fiesta en la que estén presentes todos, alumnas y mayores, y compartan un rato agradable. De hecho, no será la primera vez que salen de las aulas. Al tratarse de un ciclo formativo han mantenido contacto con otras personas en situación de dependencia como los usuarios de Valentia o de residencias.
“Cuando vinieron estas jóvenes, qué bien lo pasamos”, recuerda Jesús Mayayo. Mayayo vive en la residencia de Las Huertas, como Pilar Valero y Ana Domper. De vez en cuando, los centros asistenciales de la ciudad reciben visitas con un toque diferente, como en fiestas. Pero todos los viernes por la mañana, verano o invierno, los internos reciben la visita de miembros de la Pastoral de la Salud de Barbastro.

En total, se han apuntado a este voluntariado 25 personas que, por grupos, acuden a charlar, a salir de paseo, a jugar al parchís con los internos… “No se precisa ninguna habilidad especial porque venimos a hacer compañía, a estar, a escuchar. Y eso se encuentra al alcance de todos. No me cabe duda de que la pobreza más grande de hoy en día es la soledad”, reflexiona Belén Checa, responsable de esta Pastoral.
Con ella, Pilar Arilla y Teresa Subías acuden a Las Huertas, mientras otros grupos prestan su tiempo en las otras instituciones. Subías apostilla: “Ellos te dan más de lo que tú aportas. Venir aquí es una gozada”. Las residencias fijan el horario de visitas y en ese periodo ellos aparecen. Si el tiempo lo permite, salen de paseo y echan un vermú. Si no, se quedan dentro: se ríen y distraen. “Aquí, si no tienes a nadie que te venga a ver, el día puede ser muy triste en soledad, uno tras otro igual. Así que se agradecen estas visitas. Muestran cariño y el cariño es el alimento de dentro, del alma”, comenta Mayayo.
Él lleva una vida activa, colabora en la misa semanal y acompaña a otros compañeros a recados. Trabajó durante años de pastor en Terreu y “a pesar de estar tanto tiempo solo en el monte, tengo soltura de palabra y me gusta la convivencia, la gente. Cuando me quedé viudo sufrí un golpe tremendo. La compañía de mi mujer no se compara con nadie y vine aquí por voluntad propia. Ahora mi familia es esta”.
Ballabriga afirma: “El voluntariado que se dedica a atender a los mayores realiza una gran labor humanitaria. Se trata de una labor encomiable. Porque no es lo mismo tener familia y que te vengan a visitar a no tener a nadie”.
Hombres y mujeres
Entre este colectivo, desde luego, existen muchas circunstancias. Sin embargo, no cabe duda de que la soledad enferma. El aislamiento desencadena un impacto negativo en la salud, tanto física como mental, afirman desde el consejo general de Psicología de España. “Y este efecto es particularmente grave en los mayores”, señalan.
Cabe recordar que la soledad no afecta igual a las mujeres que a los hombres. Y no nos referimos solo a las patologías. Las diferencias de sexo influyen. De forma general se observa que, por un lado, hay más mujeres mayores y éstas son más longevas. Por otro, no podemos obviar las condiciones socioeconómicas. Las mujeres suelen contar con menos ingresos y cobrar pensiones más bajas que los hombres y, consecuentemente, afrontan condiciones de vida más precarias. En muchos casos, la situación de pobreza de las mujeres les lleva a vivir en viviendas inadecuadas y tener una dieta menos nutritiva.
En cambio, los varones suelen estar más protegidos porque en general cuentan con más años de estudios y niveles de ingresos más elevados que ellas. Por contra, sus relaciones se apoyan más en su cónyuge, su red social tiende a ser más débil y cuenta con menos destrezas en las tareas del hogar que les lleva a comer mucho fuera de casa.
De esta desigualdad saben bien en la Asociación de Viudas. En Barbastro la preside Lola Pueyo. “Cuando nació la asociación, hace varias décadas, las viudas éramos invisibles en la sociedad. Al no tener a un hombre al lado nos dejaban fuera de muchos trámites burocráticos, financieros, de poder disponer de bienes, de decisiones sobre nuestra vida y la de nuestros hijos… No cabe duda de que todavía queda por reivindicar. Sin embargo, qué duda cabe que todo ha cambiado en este aspecto, somos más libres. Aunque la soledad no cambia, no. Sobre todo, cuando una enviuda a edad avanzada porque el duelo se hace muy duro”.

A pesar de todo, las mujeres suelen mantener una red más amplia de relaciones con vecinas, amigas, familiares y se desenvuelven mejor en casa. “Pero en las mujeres mayores que han dependido económicamente de sus maridos se nota más retraimiento y les cuesta más salir”, añade Pueyo. En esta asociación cultivan la amistad y visitan a quienes ya no pueden acudir a las reuniones de los domingos por la tarde.
Frente al sentimiento de soledad hay quienes muestran una actitud activa y optan por buscar algo qué hacer uniéndose a grupos o asociaciones, a cursos y actividades. De todos modos, según comenta Ballabriga, «domina entre nuestro colectivo una sensación de resignación y de aceptación de la situación que afecta a todos, puedan llevar una vida activa o no salgan de casa».
También la Iglesia se interesa por la soledad
José María Ferrer, sacerdote de la diócesis Barbastro-Monzón, lleva desde hace muchos años la comunión a personas en sus domicilios. En la ciudad del Vero también realizan esta labor la laica Ángeles Santaliestra y el sacerdote misionero claretiano, Antonio Alcántara.

Según su experiencia, Ferrer comenta que él nunca se ha encontrado con situaciones de extrema soledad. «En mi caso, visito a las personas en sus casas porque son cristianos piadosos y, en general, viven en compañía de hijos o cónyuges. No he visto a nadie solo, ni desatendido. Sin embargo, sabemos que existen situaciones duras de soledad». De todos modos, cuando les visita no lo hace con prisa. «Siempre les dedico un rato y se nota cómo se alegran y les gusta conversar. La soledad de los mayores también supone un desafío pastoral para la Iglesia», resume.
El Papa Francisco ha denunciado, en múltiples ocasiones, la soledad y el descarte que sufren muchas personas y entre ellos ha aludido a los mayores. «No nos acostumbremos al abandono de los ancianos, una realidad que debe combatirse con una alianza entre generaciones», afirmó en la última Jornada Mundial de los Abuelos.