Deportes

¿Ya se rompió el cántaro?

Pedro Escartín Celaya A cuatro manos
11 mayo 2023

Miguel de Cervantes puso en boca del Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha el conocido refrán: “tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe”. Con él, la sabiduría popular constata que quien se expone con frecuencia a un peligro, tarde o temprano, queda atrapado en él. El acierto del refrán se ha confirmado una vez más en el affaire del Barça con los árbitros, conocido como el caso Negreira, que copó algunos días los informativos y del que un mes después –sic transit gloria mundi– apenas se habla.

Mi desafección hacia el fútbol profesional es notoria y no voy a romper una lanza por nada de lo que lo rodea, sino contra el maltrato al que el deporte viene siendo sometido. Que la fiscalía haya tomado cartas en este asunto pone de manifiesto que algo huele a podrido en el deporte profesional, particularmente en el del balompié.

Cuando me entero de la cuantía millonaria de ciertos fichajes, de la cantidad de lesiones que sufren los profesionales de este deporte, de la exaltación de sus protagonistas al nivel de ídolos y de los teje-manejes que se urden en su trastienda, siento un malestar infinito.

Se propone el deporte como algo que debe ser fomentado desde la niñez y la adolescencia, porque la deportividad –pensamos ingenuamente– es escuela de valores. Pero, a la vista de lo que ocurre, uno se ve atrapado, como Descartes, por la duda metódica: ¿qué valores fomenta una actividad que crea enemigos encontrados, a los que se les dice “forofos” para disimular su mutua aversión?; ¿qué bondades impulsa una competición llamada “encuentro” (nada más distante de la cultura del encuentro), en la que se multiplican las agresiones físicas más o menos disimuladas, aunque el Video Assistant Referee (vulgo “var”) las muestre palmariamente?; ¿qué modelo de vida propone un espectáculo que cubre de dinero a unos muchachos, cuyo principal mérito es colocar una pelota dentro de la portería contraria? En este caldo de cultivo, ¿qué atractivo puede ofrecer el trabajo bien hecho, la cultura del esfuerzo, la solidaridad gratuita y el servicio abnegado de los que todos días ayudan a vivir razonablemente bien a sus semejantes?

La realidad es más tozuda que la propaganda y contradice la exaltación de algunos deportes como escuela de valores. Posiblemente estoy predicando en desierto, pero me siento obligado a hablar, porque lo que está en juego es, nada más y nada menos, que el intento de evitar que un día las actuales generaciones se encojan de hombros ante la corrupción y piensen con una decepción crónica: “todos lo hacen”.

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