Quique López, uno de los artífices del histórico ascenso del Letra Corpórea UBB a Tercera FEB, lidera ahora a un equipo que pelea por levantarse tras un inicio duro pero competido. Hoy, en El Cruzado Aragonés, nos acercamos a esta nueva realidad del club
Preséntese
Me llamo Quique y vengo de L’Hospitalet. Hace casi tres años me mudé a un pequeño pueblo llamado Azanuy en busca de una vida más tranquila. Trabajo como programador y, además, me involucré en el proyecto del Letra Corpórea, un lugar donde tuve la oportunidad de desarrollar una iniciativa que me interesaba.
Dejando de lado un poco lo que es el trabajo y el baloncesto, ¿qué hobbies tiene?
El baloncesto ocupa la mayor parte de mi tiempo libre, especialmente en esta nueva categoría. Sin embargo, disfruto mucho de las actividades que ofrece el entorno del pueblo, como caminar por la montaña. Me apasiona la lectura, especialmente sobre economía, ciencia o temas similares, influenciado por mi formación y mis padres economistas. También me gusta la música y toco algunos instrumentos, aprovechando cualquier momento libre para practicar.
¿Qué libro y qué música recomienda?
Suelo recomendar Freakonomics, un libro centrado en los incentivos, algo muy presente en la vida diaria. La lectura resulta sencilla, combina historias muy ilustrativas y permite extrapolar ideas a muchos ámbitos. También existe una segunda parte, Superfreakonomics. Es un libro que siempre aporta y, de hecho, muchas de las personas a las que se lo recomendé lo disfrutaron muchísimo.
En cuanto a música, escucho cosas muy variadas. Este año, según Spotify, he escuchado bastante de Siloé y Ultraligera. También conecto mucho con esa época de Iván Ferreiro o Love of Lesbian que en Barcelona tuvo un impacto enorme. Ahora lo disfruto más en casa, con la guitarra, en un ambiente más tranquilo. Ultraligera me funciona especialmente cuando necesito un empujón de energía después de trabajar. En general escucho casi de todo… menos reggaetón, prácticamente cualquier cosa.
¿Cómo empezó su relación con el baloncesto?
Mi relación con el baloncesto arranca muy temprano, alrededor de los cinco años. Practicaba muchos deportes y poco a poco fui descartando opciones hasta quedarme con tenis y baloncesto. A los once o doce años tuve que elegir porque algunos deportes empezaban a exigirme dedicación de alto nivel y a mis padres no les quedaban más horas libres. Opté por el baloncesto porque el trabajo en equipo me atraía mucho más.
Jugué hasta los veinte, momento en el que me mudé fuera y dejé de competir sin llegar a debutar en categoría sénior, algo que siempre quedó pendiente. Al regresar, con veinticinco, decidí centrarme en entrenar, una labor que siempre me había llamado. Empecé a dirigir equipos con solo catorce años y, tras mi vuelta, aposté de forma seria por ello: los primeros meses fueron tranquilos, pero pronto pasé por diferentes clubes. Ahí empezó realmente mi etapa como entrenador.
¿Tiene algún referente dentro o fuera del baloncesto?
Nunca he tenido referentes muy marcados, salvo Michael Jordan, porque para quienes vivimos aquella época no existía otro ídolo posible. Más allá de él, nunca me consideré una persona idólatra. He aprendido muchísimo de muchas personas distintas.
Pertenezco a una generación que no creció con Internet, pero sí la encontró a medio camino, y eso multiplicó las posibilidades de aprendizaje: pasé de desplazarme por Barcelona para ver entrenamientos a poder acceder desde casa a sesiones de Estados Unidos, Serbia o cualquier país. Incluso tuve un blog donde compartía contenido que iba encontrando, porque aquello me parecía una fuente inagotable de conocimiento.
Podría nombrar miles de referentes puntuales, pero no uno en concreto. Me influyen tanto entrenadores (como aquellos Spurs de Popovich en 2014, que nos tuvieron a todos absortos) como lecturas de ciencia y economía. Estas últimas ayudan mucho a estructurar ideas, proyectos o incluso tareas de entrenador. También mi faceta de programador aporta ideas a los entrenamientos. Así que, más que un nombre, tengo una larga lista de pequeñas influencias.
Volviendo al proyecto de Barbastro, ¿qué es lo que más le ha llamado la atención de la ciudad?
Debo decir que conocí Monzón gracias al baloncesto y, al llegar, noté que la zona había perdido un poco la cultura baloncestística que recordaba de años atrás. A nivel de ciudad, Barbastro me sorprendió que, aunque tiene casi 20.000 habitantes, mantiene un ambiente de pueblo: todo el mundo se conoce, hay saludos frecuentes y se encuentra ayuda fácilmente. La implicación de la gente con el club de baloncesto refleja una cercanía que echábamos de menos en Barcelona. Esta cercanía y humanidad resultaron muy agradables y enriquecedoras.
¿Cómo se forjó la relación en el staff técnico con Jordi Huguet ‘George’ y Vicente Rueda?
Vicente ya estaba en el club y, cuando entré, la dirección técnica había quedado vacante. Yo llevaba trabajando con George aproximadamente diez años; habíamos dirigido un club juntos, él como mi mano derecha. Pensé que sería ideal que él se encargara del club mientras yo traía un amigo de confianza al nuevo proyecto. Lo propuse al club, los puse en contacto y, tras varias reuniones, George se incorporó como director principal del club, trabajando de manera conjunta y coordinada conmigo. Todo se desarrolla en tándem, y la cooperación se percibe en la dinámica diaria.
A nivel interno, ¿cómo preparan los partidos?
Utilizamos diversos métodos para reunir información actualizada sobre el equipo rival, incluyendo lesiones, dinámicas y estilo de juego. Vemos varios partidos del rival cada semana y, en ocasiones, contactamos con otros entrenadores. Además, Montse, mi pareja y exjugadora de baloncesto, colabora revisando partidos y cortando vídeos, lo que agiliza mucho la preparación. Analizamos aspectos tácticos e individuales y preparamos la semana en función de esta información. Intentamos que los jugadores reciban solo lo esencial para no sobrecargarles y que se centren principalmente en mejorar como equipo, más que en estudiar al rival.
¿Qué tal la relación con la junta directiva?
La Junta tiene claro lo que quiere lograr. El año pasado logramos un checkpoint importante con el ascenso a una liga nacional, y este año continúan muy implicados. Han trabajado para que podamos competir no solo a nivel deportivo, sino también administrativamente, fortaleciendo presupuestos y estructura de cantera. Son conscientes de la dificultad que afrontamos en el primer año y valoran que, aunque hemos perdido más de lo esperado, competimos bien y proyectamos una buena imagen del club.
Respecto al proyecto que han planteado para esta temporada, ¿cómo lo valora en términos de plantilla, gestión y desplazamientos?
Cada club tiene limitaciones presupuestarias, y hemos dado un salto importante a nivel de recursos. La categoría exige mucho más, pero creemos que el crecimiento debe ser gradual para que resulte estable y sostenible, asentando ideas y evitando caídas rápidas. Nuestro objetivo es ofrecer cada vez más servicios a los jugadores, asegurando que su experiencia en Barbastro sea enriquecedora y que se marchen mejor preparados que al llegar. Este año, si pudiéramos pedir algo más, sería mejorar en ese aspecto, aunque somos conscientes de nuestra situación actual y del momento en el que nos encontramos.
¿Había dirigido algún equipo en esta categoría previamente?
No había dirigido equipos en esta categoría antes. Se trata de un nivel en el que el talento individual de los jugadores marca mucha diferencia. Existen jugadores capaces de decidir un partido por sí solos, y ninguna plantilla permite descansos ni rotaciones relajadas, lo que hace la competición muy intensa. Los entrenadores también muestran gran preparación y experiencia, obligando a adaptarse constantemente durante los partidos. Esto aumenta la competitividad y la exigencia, aunque resulta muy divertido.
Desde el inicio de temporada han tenido altibajos en los resultados. ¿A qué se debe y qué les ha transmitido a los jugadores para revertir la situación?
Lo primero es mantener objetividad al evaluar nuestro desempeño. En los partidos que perdimos, el trabajo estuvo bien hecho, pero las lesiones complicaron la gestión de rotaciones con solo siete u ocho jugadores disponibles. Con el tiempo, adaptamos las rotaciones y los jugadores aprendieron a gestionarse mejor, evitando quedarse sin fuerzas al final de los partidos. Aunque seguimos con bajas, esta experiencia nos ha permitido madurar y gestionar mejor las situaciones adversas, lo que se reflejó en la reciente victoria.
¿Cómo ve al equipo de cara a sacar adelante la situación?
El equipo ha mostrado gran cohesión. Al inicio, fue necesario un periodo de adaptación, combinando jugadores que permanecían del año pasado con otros incorporados de fuera. Uno de los principales objetivos como entrenador es que todo el equipo hable el mismo idioma, manteniendo la identidad de juego que el público de Barbastro reconoce y valora. Esta consistencia en estilo y comunicación interna motiva al equipo y refuerza la conexión con la afición, algo que quedó demostrado en el reciente encuentro contra Castelldefels, donde los jugadores lucharon juntos, apoyándose mutuamente y conectando con la grada.
¿Cómo se adapta la importancia del deporte a pueblos pequeños como los de la zona como Azanuy?
Cada pueblo debe ajustarlo a su realidad, pero el objetivo debería ser el mismo: que los niños sigan vinculados al deporte cuando crezcan. Por ejemplo, con los benjamines de Barbastro, lo más importante para nosotros no era solo la técnica, sino que, con 16 años, sigan jugando y que el baloncesto sea su motivación principal el fin de semana







