Es cierto que el panorama político anda revuelto, por decirlo con suavidad, a cuenta de los asuntos turbios que acorralan al Presidente y a su gobierno, pero la oposición mayoritaria navega en aguas estancadas hasta el punto de que muchos de los que los siguen, incluso la prensa escorada a la derecha, un día sí y otro también destacan su torpeza, su falta de discurso claro y contundente, la ausencia de un programa que los defina y diferencie de los que están ahora en la cima. Sin ir más lejos, el Sr. Feijoo hizo un chistecito de los que no mueven a la risa, ni siquiera a la sonrisa, cuando dijo que había acabado el Cónclave del Papa y se iba a celebrar el cónclave del PP (pepe). Cuando uno no es gracioso, debe abstenerse de intentar parecerlo, es por demás. Pero es que, además, parece muy poco apropiado para el líder de una formación de derechas que utilice un acontecimiento tan importante y solemne de la Iglesia Católica para hacer esa comparación, o lo que sea. Se podrá decir que no es para tanto, que ha sido un chascarrillo, un chiste flojo, como tantos otros de barra de bar, pero no es de recibo para un gobernante de su talla y puede ser un síntoma más de la deriva caótica de un partido que aspira a gobernar y que parece haber asumido ya que llegará por agotamiento del adversario, más que por méritos propios. Lo que no deja de ser vergonzoso para quienes lo promueven y muy preocupante para los ciudadanos que se ven en un atolladero con líderes, a un lado y a otro, que no lo son en el buen sentido del término.
Pero tampoco lo del agotamiento parece decisivo. Leí también este fin de semana que aún podría salvarse el partido en el poder y seguir otra legislatura, si se cumplían una serie de premisas entre las que destacaba el hecho de que las mujeres votan mayoritariamente al partido socialista. Curioso, sorprendente. Recordé aquella discusión entre Clara Campoamor y Victoria Kent cuando se trataba en las Cortes la conveniencia de establecer el derecho de sufragio activo para la mujer. Entonces, el argumento para negarle este derecho, en boca de la izquierda, incluida Victoria Kent, fue, precisamente, que la mujer no estaba preparada para semejante desafío y que votaría lo que le indicaran su marido o su confesor, lo que daría la victoria a la derecha. Se impuso la teoría de Clara Campoamor, también socialista, y el derecho de sufragio universal fue reconocido en la Constitución de 1931. Curioso: antes la mujer votaba mayoritariamente a la derecha, ahora a la izquierda. Antes porque hacían caso al marido o al confesor, esto es, porque no tenían criterio propio ¿Y ahora, por qué se presume que la mujer vota en la otra dirección? Parece que la respuesta no es, necesariamente, que tiene criterio propio, sino que ser mujer equivale a ser feminista y, por ende, “progresista”, una denominación que igual “vale para un roto que para un descosido”. El partido socialista se define progresista; el partido Sumar insiste en que la única política digna de ese término es la suya; el partido Podemos es tan progresista-feminista que se ha acabado llamando “Unidas podemos”…
El término progresista está devaluado hace tiempo. En el siglo XIX las Constituciones se calificaban de progresistas o conservadoras según el papel que le reservaran al rey y según la lista de derechos y garantías que establecieran. Hoy ya no se sabe muy bien qué contenido tiene ese calificativo, pero todos quieren apropiárselo. De hecho, volviendo al principio de esta reflexión, desde que el Cónclave anunció que el mundo católico tenía un nuevo Papa, los comentaristas de todo tipo se afanan en colocarle el cartel de progresista o restaurador/conservador. Los gestos, los elementos de su vestuario, la cruz que llevó al pecho en el acto primero en que se asomó a bendecir a los congregados en la plaza de San Pedro y a todo el mundo… Unos y otros quieren apropiarse ya de él escudriñando sus palabras. El primer saludo, la primera homilía se desmenuzan, “arrimando cada cual el ascua a su sardina”.
Alguien comenta que como nuestro Presidente no ha ido, igual es que cree que no es progresista, pero no, tampoco fue al entierro del anterior. Una pose. Lo que parece claro es que el Cónclave de verdad y los actos que han acompañado la celebración del inicio del Pontificado del Papa León XIV nos han hecho olvidar las cuitas terrenales por un momento. Y el rostro amable, sereno, próximo del Papa, sus palabras pausadas, su gesto acogedor dan confianza, la que no nos dan, ahora mismo, ninguno de los que gobiernan o pretenden gobernar este país.