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Manuel OIlé Sesé Al levantar la vista
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Teatralización popular de lo sagrado

Manuel OIlé Sesé Al levantar la vista
25 abril 2022

Si las fiestas de Navidad, Año Nuevo y Reyes constituyeron el marco propicio para la manifestación alegre, íntima y expresiva de las relaciones sociales “de pertenencia” a través de la familia, dentro de un marco recurrente de “efervescencia colectiva”, las de Semana Santa subrayan –como pocas– la común adhesión de los individuos a grupos que comparten los mismos valores, tradiciones, ritos, normas, símbolos, espacios, hábitos, prácticas, protocolos, costumbres, gastronomía, etc., libremente aceptados y expresados.

Esto ocurre en un tiempo y espacio predefinidos, a través de la experiencia y participación religiosa –centrada en la memoria triste y compasiva hacia un personaje histórico– como mecanismo dirigido a expresar, garantizar y reforzar los vínculos de identidad social.

El primero de estos grupos lo conforman las cofradías (en Barbastro hay siete) compuestas por cofrades que establecen formas duraderas de relación e interacción social. Algunos de sus miembros participan de las actividades de la cofradía de manera regular; otros, sólo lo hacen estrictamente en la propia Semana Santa.

A pesar de que las cofradías datan de los siglos XIII y XIV y que se establecían sobre estructuras gremiales, hoy participan igualitariamente mujeres y hombres y es creciente la incorporación de jóvenes. La Semana Santa barbastrense, declarada de Interés Turístico Regional, con 2.600 cofrades es un ejemplo.

El segundo grupo, es la propia cofradía procesionando, con su identidad colectiva, por las calles de su entorno (parroquia, iglesia o barrio), mostrando al público uno o varios “pasos” de su propiedad. La procesión –como hecho y rito social, y de tradición milenaria en Egipto, Grecia y Roma– supone la teatralización del relato de la Pasión de Cristo.

Esa finalidad social de la cofradía en su cortejo, constituye un mecanismo de cohesión social y grupal de vecinos, al tiempo que revela en público –y de forma teatralizada– un mensaje evangélico y sagrado: apresamiento, flagelación, piedad, angustia, compasión, dolor, crucifixión, descendimiento y sepultura de un reo especial y sentenciado a muerte: Jesús de Nazaret.

El tercer grupo, lo constituye el marco municipal reservado para las procesiones más relevantes y significativas del calendario Pascual, como es el Viernes Santo. En Barbastro, la del “Santo Entierro” data de 1619, es multitudinaria y a ella acuden numerosos vecinos y turistas –nacionales y extranjeros– atraídos por su emotividad y espectacularidad. Ese día, procesionan todas las cofradías junto a sus respectivos “pasos” participando masivamente barbastrenses y foráneos. Así reafirman de manera inequívoca y colectiva su identidad vecinal.

El cuarto nivel de identificación social con el rito lo constituyen los asistentes a las procesiones: los vecinos, los parroquianos asiduos, los turistas, los transeúntes ocasionales. Sin embargo, la sociedad tecnológica ha incorporado progresivamente un nuevo grupo: los que se unen, de manera intencionada, deliberada y consciente, a través del plasma.

Entre todos, convierten la retrasmisión televisiva en un nuevo ritualismo, con personalidad propia, en el que la participación directa y personal se amplía y transforma la tradicional y la convierte en un espectáculo dramático.

Se trata, por tanto, de nuevas formas de agregación de grupos de referencia cada vez más amplios, sin límites territoriales o espaciales predefinidos por la tradición local, dotando al ritual de un carácter mixto (territorial y mediático a la vez) pero sin alterar, su eficacia comunicativa y expresiva.

Un ejemplo es el impacto emocional que puede experimentar un espectador que, a altas horas de la madrugada del Viernes Santo, observa en su televisor –identificado con los participantes activos que procesiona– el lento desfile por las calles de cualquier localidad española.

El participante televisivo asiste activamente, a la reproducción, esquemática y puesta en escena, de un hecho histórico indiscutible, míticamente reproducido tanto en el pasado y hacia el futuro: un joven judío, en la flor de la vida (Jesús de Nazaret), que se permitió la libertad de ejercer su derecho a manifestarse públicamente sobre las formas de entender la relación religiosa con lo trascendente, reclutar simpatizantes y enfrentarse al poder sacerdotal y religioso establecido (“¡sepulcros blanqueados!” los llamó; “el que esté libre de lujuria que tire la primera piedra contra esta pobre mujer”, les increpó). Por ello, Jesús Nazareno fue irregularmente juzgado, vilmente ridiculizado, cruelmente atormentado e injustamente ajusticiado en un patíbulo previamente preparado, con destino a delincuentes comunes.

De esta forma, los ritos –incluidos los de Semana Santa– permiten la construcción de múltiples conjuntos de personas y grupos de referencia creados desde las plataformas audiovisuales y donde la comunidad local, parroquia o localidad dejan de constituir un sistema claramente delimitado.

Abren así paso a comunidades virtuales, imaginarias, dispersas, heterogéneas y desvinculadas del territorio que les dio origen y en las que los modos de reproducción de los ritos tradicionales son sustituidos –o coexisten– con formas de participación prácticamente universales.

La Semana Santa impacta sobre grupos cada vez más amplios y heterogéneos. El rito, sus valores y simbología compartidos se reemplazan por opciones múltiples, voluntarias y propias de una sociedad plural, urbana, heterogénea y cambiante.

Recorrer la Historia de la Semana Santa de España –y de Barbastro– es hacerlo por su historia política: desde la contrarreforma post-tridentina que convirtió el espacio sagrado en un deslumbrante coliseo, pasando por la revolución burguesa del siglo XIX que vació monasterios y conventos con las desamortizaciones y sin detenernos en la Segunda República y la Guerra Civil, el franquismo y postfranquismo.

Hasta nuestros días, las cofradías, como promotoras populares e indispensables de la fiesta sagrada por excelencia, mantienen la tradición a través de los tiempos. Para poder continuar con su tarea, la libertad es fundamental.

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