Editorial
El Cruzado
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Somos la España del 2023

El Cruzado
15 septiembre 2023

Existen temas sobre cuyas opiniones parece que no caben medias tintas: a favor o en contra, sin paliativos. La tauromaquia es uno de ellos. De una parte, los que defienden un arte, una tradición, el pan de muchos (en España, la estadística habla de en torno a 1.300 empresas ganaderas de reses de lidia). De otra, aquellos para los que los espectáculos taurinos suponen maltrato animal y, como tal, deben abolirse.

Con este sensible punto de partida y la pólvora de unas redes sociales incendiarias, se viralizó la semana pasada la embestida de un toro bravo a los animales que debían guiarle a toriles después del viaje que le trajo a Barbastro. Una escena violenta, desagradable, salvaje. Salvaje como la naturaleza misma de los animales que se encontraban en la plaza y que, aunque muchos parecen obviar, por obvio hay que subrayar. Y del fragmento de vídeo se pasó en 48 horas a las medias verdades, al escándalo, a las mentiras, al insulto y las amenazas hacia la organización, la concejal de Fiestas, el alcalde y Barbastro entero.

Analicemos. En el programa festivo solo un punto y seguido separaba Desencajonamiento y Correchicos, espectáculos dirigidos a dos tipos de público bien distintos. De hecho, la entrada se vendió de manera conjunta; está claro que fue un error. Porque en el centenario coso taurino había menores, llevados libremente por sus progenitores pero desconocedores, según algunos han manifestado, de qué pasa cuando se saca de los cajones del transporte a unos toros bravos. Sea como sea, lo que ocurrió es lamentable, desagradable de ver. Y debe investigarse y de haberlas, se depuren responsabilidades. Y no estaría de más un reconocimiento y disculpa por parte del consistorio. Pero era un espectáculo taurino. Lo fue.

El otro espectáculo, el de las redes, también ha sido lamentable y desagradable. Para quienes se posicionan en contra de cualquier festejo taurino, el fragmento del vídeo ha sido una munición valiosa para defender sus posiciones. Normal. Lo que no es normal es que ese hecho se utilice para vapulear a Barbastro y sus vecinos, con tweets insultantes. Hasta dos ministras, dos, sacaron tiempo para dejar su impronta con una supuesta superioridad moral facilona y ramplona. “Las imágenes del espectáculo de Barbastro no representan a la España de 2023”, dijo la vicepresidenta del gobierno de este país.

Pero resulta que sí, que somos la España del 2023, la del 2000 y la del siglo XIX. Porque esta semana unos han dado palos, otros los han recibido, otros han callado calculando cuántos votos suman o restan los taurinos y los antitaurinos, buscando el rédito político. Políticos callados, que no protestan cuando banderillean al medio rural, han hablado; opinadores profesionales, que no saben si Aragón tiene mar, han querido dar la vuelta al ruedo. La tromba de comentarios, entre bufidos y cabezadas, ha tenido mucho de desencajonamiento. Porque España, nos pese o no, es taurina: muchos miran cualquier trapo rojo que les pongan delante de los ojos con tal de no ver el estoque que les espera tras el último capote.

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