Editorial
El Cruzado
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Ser de una diócesis

El Cruzado
11 noviembre 2022

Nos parece que no estamos ajedos a la realidad si definimos al hombre, a cualquier persona, como buscadora del bien y de la verdad. Aunque en este tiempo, y con toda la multiplicidad de libertades que ahora se proponen, puede haber más dificultades que ayudas para encontrar lo esencial del bien y de la verdad.

Para la Iglesia, y este domingo celebramos el Día de la Iglesia diocesana, lo esencial es la evangelización que, en resumen, es anunciar a todos que, estén como estén, pueden recibir nada menos que la plenitud de la felicidad, eso es la salvación, si se adhieren a un persona, Cristo Jesús, perfección absoluta del ser humano.

Vivir en una diócesis, ser parte de ella, como lo somos de nuestra propia familia, es la referencia fundamental para que un bautizado se sienta Iglesia. Soy de una diócesis es una afirmación que define un modo de ser. Y a pesar de los cambios culturales, de los nuevos modos de vida, de la secularización y de nuevas leyes, lo esencial no cambia como no cambia, pase lo que pase, lo esencial en una familia.

Tener hoy una diócesis, “un hogar”, saber que mi diócesis es como “mi familia”, es tener un ambiente habitado en el que pueden crecer los sueños y las ilusiones. Si vemos alrededor un mundo de cenizas, sólo pensamos en la muerte. Si encontramos un “hogar”, queremos vivir. Es una alegría “ser de una diócesis”.

Pero en la vida real, no existen “los conceptos generales”. No existen ni “el hogar”, ni “la familia”, ni “la diócesis”. Existe la persona concreta que construye esas posibilidades y las ama tanto que deja su vida allí.

Por eso, en este Día de la Iglesia diocesana, la cuestión esencial es que cada uno nos confrontemos con esta cuestión concreta: si estoy bautizado y soy de una Iglesia diocesana, ¿qué aporto, qué pongo en común, para que la evangelización vaya adelante, de mi tiempo, de mi trabajo y colaboración, de mi dinero y otros bienes materiales, de mi ser cristiano? Mi familia “no me pide” nada; le doy lo que puedo y generosamente. Mi diócesis “no me pide” nada; le doy lo que puedo y generosamente.

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