Una decena de garrafas de plástico hacen cola en la fuente de San Pelegrín. De fondo se escucha un goteo constante y el croar de un sapo convertido en una amena sintonía. Margarita Abelló, su marido Jesús Rufas y el francés Ernesto Mur aprovechan nuestra visita para cargar con más envases y hacer menos sofocantes los dos kilómetros de paseo que separan el pueblo del punto más cercano para recoger agua.
San Pelegrín, pedanía dependiente del Ayuntamiento de Alquézar con 7 habitantes empadronados, carece de agua potable en sus casas. Para acceder a la localidad, es necesario tomar una pista de 2’5 kilómetros en muy mal estado y sin asfaltar desde Alquézar, o bien desde Radiquero aunque está peor conservada. Los vecinos de este municipio están en pie de guerra reclamando estos dos servicios básicos a un alcalde que, aseguran, les ignora. Hasta entonces, a agachar la espalda para cargar garrafas y a soportar una pista llena de agujeros como único acceso a San Pelegrín.
Jesús Rufas luce bien a sus 75 años y su mujer afirma que maneja ágilmente el tractor con el que carga las garrafas. Unas botas que denotan el paso del tiempo y una gayata bien faenada ayudan a mitigar los dolores de rodilla de este pastor retirado. No se ha movido de San Pelegrín, asegura Esteban García, otro vecino del pueblo, y el pastor le responde con irónico humor altoaragonés: “Mover sí que me he movido, si no estaría muerto”. El mismo camino que hace hoy con el tractor para llenar botellas, lo hacía con 15 años pero sobre dos burros para llenar cántaros. “¿Eso es avanzar? Es igual que ahora”, se pregunta el pastor.
Hace muestra de su gran memoria recordando cuántos jóvenes había en el pueblo hace 60 años. “En total, éramos sobre 40 personas. Entre Casa Grasa, Casa Alvira, Casa Carruesco, etc. Sobre el año 55 venían los críos de Radiquero a la escuela de San Pelegrín porque aquí había más. Teníamos a la maestra viviendo aquí”, enumera Rufas con ese tono de voz que ponen los mayores cuando recuerdan lo pasado, entre nostalgia y pena. Nostalgia por los buenos momentos vividos en familia y con amigos. Y pena porque es consciente de estar describiendo una vida que ya no volverá.
Sus “batallas” las cuenta bajo la fresca sombra que ofrece el techo de la entrada a la iglesia de la Natividad de Nuestra Señora, del s.XVIII. A pesar de ser temprano, el sol de junio hace justicia en la plaza de San Pelegrín, presidida por un crucero popular de tosquísima labra, destruido en la Guerra Civil pero coronado por una reproducción. Relata Rufas, con su peculiar tranquilidad, que las maestras les decían que se fueran a vivir a la ciudad: “Ahora resulta que la gente se queja de que eso no es calidad de vida. ¿Pero cómo quieres vivir en el pueblo si no tienes servicios?”.
Esteban García se trasladó a esta localidad en 2015 por su mujer, recientemente fallecida, y debe llevar todos los días a su hijo Félix, de 16 años, al instituto en Barbastro. Cada día realiza 4 viajes por esa maltrecha pista, “gracias a un coche grande”, pero no se libra de cambiar frecuentemente las ruedas y amortiguadores.
Por su parte, el francés Ernesto Mur está cerrando el círculo que empezaron sus abuelos. En entendible castellano aunque con un marcado acento galo y una sonrisa que no decae, Mur detalla su árbol genealógico: “Mi abuelo era de aquí, de casa Grasa. Mi madre nació en Radiquero y mi padre en Pozán de Vero, pero emigraron a Francia por la guerra. Es una pena estar así. A mí no me da vergüenza decir que no tengo agua, vergüenza le debería de dar al alcalde que es quien nos la tiene que poner”.
La carretera, un obstáculo más
Margarita señala como “un problema de dejadez” lo que le está ocurriendo a San Pelegrín. Expone el ejemplo de Las Bellostas, pedanía de Aínsa, “en la que viven cuatro personas todo el año”, y que a diferencia de su pueblo donde la luz llegó en 2010, “tienen desagües, internet, hasta un centro social con televisión y calefacción”. O también el de San Saturnino, cerca de Rodellar: “Hay solo una casa con un depósito de 75.000 litros puesto por la DPH o el Ayuntamiento. No tenían luz y les pusieron un generador. Nosotros no estamos pidiendo agua para la piscina, queremos agua para vivir”.
Indica la mujer que en una ocasión llegó a tener que esperar dos semanas para recibir unas pastillas. “El cartero se negó a subir hasta aquí y las dejó abajo en la gasolinera. Si algún día hay una desgracia o un accidente grave aquí una ambulancia mecanizada no puede subir. ¿Qué culpa tenemos de que no nos asfalten la carretera?”, se pregunta. Indica que su marido ha cogido varias veces “la tralla” y la ha pasado para “aplanar” el camino. “Cogía grava y lo arreglaba. Aun me decían que tenía que pedir permiso. Si no lo hacen ellos lo hacía yo”, apunta Rufas.
Señala García que “el camino lo iban a asfaltar hace tres años”. “A mí me dijeron en el Ayuntamiento que no lo han hecho porque se acabó el presupuesto”, añade. En cuanto al agua, ha tenido que cavar un pozo “para regar las fincas y tener agua en casa”. “En 2007 ya pedí el agua. Tengo la carta firmada por el alcalde de Alquézar, Mariano Altemir, diciendo que no podían dar agua a San Pelegrín porque no podía bombearla hasta aquí. Hice el pozo porque el alcalde me denegó el agua, si no ¿por qué me tengo que gastar esa cantidad de dinero?”, se cuestiona con un visible enfado y una inevitable frustración. Según los vecinos, el Ayuntamiento de Alquézar “destina todo el presupuesto al pueblo más bonito, pero Radiquero y San Pelegrín los tiene abandonados”.
El agua de Basacol
La indignación de los vecinos de San Pelegrín crece cuando se pregunta por el agua de las balsas de Basacol. Desde la fuente donde recogen el agua, una canalización alimenta estas balsas reformadas hace unos 10 años. “El dinero que se gastaron haciendo esa obra es diez veces más caro de lo que se pagaría por poner una bomba en la fuente para llevar agua a un depósito en San Pelegrín. Me parece muy bien que se arreglase porque está muy bonito pero hay prioridades”, señala Mur. Tiene claro que para siete personas que viven en el pueblo, “con diez minutos al día bombeando agua sería suficiente”.
Un panel cercano a las balsas recoge la siguiente información: “El agua que ves procede de la fuente de la cercana población de San Pelegrín. Pese a que en 1243 el rey Jaime I concedió a los vecinos de Alquézar el aprovechamiento de ese manantial, los vecinos de ambos pueblos siguieron disputándose su uso durante siglos”. Y parece que siguen disputándoselo.
“Hay agua para regar las huertas de Alquézar pero no para beber. No entiendo cómo se puede decir que no hay suficiente agua para siete personas. Una casa necesita servicios mínimos sino no es una casa”, añade García. El hartazgo ha llegado a tal nivel que están repartiendo “por toda la redolada” unos papeles que claman un claro mensaje: “La vergüenza de Alquézar, San Pelegrín. Pedanía de Alquézar. Pueblo sin: agua potable y sin carretera. Solo una mala pista”. Ya van unos dos mil y, de hecho, tienen intención de colgar una gran pancarta en la plaza del pueblo con la misiva. Mur afirma convencido que el propio Mariano Altemir le ha dicho: “Ahora que hacéis manifestaciones no tendréis el agua”. Parece que se habla de extraterrestres cuando se dice “si hay agua hay vida”. No obstante, bien podría aplicarse a San Pelegrín.