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Pedro Escartín Celaya A cuatro manos
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Oigo, patria, tu aflicción

Pedro Escartín Celaya A cuatro manos
09 mayo 2024

La “mano” que me corresponde interpretar esta semana sonará previsiblemente el 3 de mayo. La coincidencia cronológica me ha llevado a rememorar la celebérrima Oda al 2 de mayo que hizo famoso al poeta jiennense Bernardo López García, cuya primera estrofa –“oigo, patria, tu aflicción / y escucho el triste concierto / que forman, tocando a muerto, / la campana y el cañón”– recitábamos de memoria los estudiantes de aquel bachillerato que no había desertado de la literatura y de la historia.

Frente a la pretensión del primer cónsul, luego emperador de los franceses, de instalar en el trono de España a su hermano José Bonaparte y hacer de nuestro país un satélite del imperio francés, la guerra de la independencia fue un desastre económico, cultural y sobre todo de pérdida de vidas humanas, que el pincel de Goya inmortalizó con dura crudeza. Se calculan unos ochocientos mil los españoles desaparecidos, unos en el campo de batalla y otros por las consiguientes hambrunas y enfermedades infecciosas que aquellos seis años de guerra provocaron.

Pero el levantamiento del pueblo frenó las pretensiones imperialistas de Napoleón, que muy a su pesar confesó: «Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia… esta maldita guerra me ha perdido».

No debe ser la guerra el camino para hacer frente a los desmanes de los poderosos. Bien nos lo recuerda la historia de nuestro país, de Europa, de Occidente y del mundo entero. Pero la alternativa tampoco debe ser la sumisión y el silencio. La gran aportación de las democracias modernas a la historia del mundo es justamente la experiencia de que el diálogo y la fuerza del voto pueden ser armas poderosas, y desde luego más humanitarias, para lograr una convivencia en paz.

No obstante, es preciso no olvidar que el diálogo y el voto reclaman de los ciudadanos el ejercicio de algunas virtudes imprescindibles. Señalo dos, sobre todo: la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, y la superación de las adhesiones inquebrantables. Ni transigir con la mentira y la incoherencia, porque antes o después conducen al precipicio, ni mimetizarse con los hinchas de un club de fútbol, al que se ha de apoyar siempre, aunque juegue mal. Con ello sólo se logra alimentar el riesgo de que alguien se sienta tentado de emular el bando proclamado por los alcaldes de Móstoles en 1808.

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