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Ildefonso García Serena Al levantar la vista
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Napoléon

Ildefonso García Serena Al levantar la vista
04 marzo 2024

Vimos el esperado film Napoleón producido por Apple y dirigido por Ridley Scott. Así pues, el cóctel del éxito estaba servido, reuniendo en un proyecto a tres grandes nombres cuando se estrenó. Sin duda a Apple –100.000 millones de beneficios– poco le preocupan las ventas. En cambio puede hacerse un buen hueco entre las plataformas de éxito en streaming y brillar entre Netflix o Disney.

Es una inversión inteligente, aunque no creo que recuperen el dinero gastado en filmar batallas de miles de soldados muriendo en los campos de Rusia, destrozados por bolas de hierro que salen de los cañones y perforan los caballos. Esta debió ser una de las superproducciones más caras de la ficción.

La película ha traído a la actualidad unos de los personajes más poderosos de la Historia, cuya biografía llenó montañas de libros y donde muchos no se ponen de acuerdo en si Bonaparte fue un personaje extraordinario o un militar ambicioso capaz de provocar guerras que costaron a Europa millones de vidas. En lo que todo el mundo está de acuerdo, es en que fue un genio y no solo de la guerra, por haber cambiado el mundo con un vastísimo legado. En Italia y España copiamos su Código Civil y no fue menor su aportación a la arquitectura, el urbanismo, las obras públicas, la enseñanza y la promoción de las Ciencias.

Aquí tenemos un pésimo recuerdo suyo. Pérez Galdós describe aquella trágica Guerra de la Independencia, con la resistencia feroz de los españoles que pintó Francisco de Goya. No fue menor la inquina que nos despertó aquí su hermano José (Pepe Botella) y sin embargo, todos los indicios apuntan a que era mucho mejor persona que Napoleón.

Era aquel un rey antimonárquico empeñado en serlo, inteligente y culto, y que tenía grandes peleas con su hermano por cuestiones de praxis política. José era un liberal ilustrado que se equivocó aceptando ser rey en un país que amaba las cadenas. Naturalmente, lo echamos. Desde luego había sido mucho mejor gobernante que el rey que le sustituyó, el peor de todos, el felón Fernando VII que Dios confunda.

Vuelvo a Napoleón. Yo creo que la obra se le escapa de las manos al famosísimo director. No hay en ella un minuto de emoción, no nos hace sentir nunca la fragilidad del corso ante su amante, después esposa ¿infiel?

Esa vulnerabilidad no lo humaniza, más bien lo contrario; da la impresión de que su apasionamiento –para mayor INRI, traicionado– le hace aún más fiero y enconado en su deseo de conquistar con las armas. Como si quisiera hacernos pagar a los demás los platos rotos de su espíritu enfebrecido, lanza sus tropas contra todos. Pero tampoco la derrota inapelable consigue iluminar su rostro, demasiado arcilloso.

En esta obra no hay emociones, ni guiños ni lágrimas, salvo las de la mujer posiblemente excepcional que quiere amar verdaderamente y no sabe cómo. Y todo ello me resulta extraño. Los franceses la amaron a ella, Josefina, no como a la pobre María Antonieta que muere feamente guillotinada al principio de la película.

No quisiera yo enmendarle la plana a un director tan reputado, válgame Dios, pero tal vez la explicación de esta atonía narrativa es que la personalidad del general era así de inescrutable. O que su carácter fuera quizás demasiado complejo para ser desvelado en un solo film. O tal vez que las batallas apocalípticas necesitaban una construcción más poética. Más arte, menos pólvora: unas volutas de poesía haciendo de contrapeso a los cañones aquí y allá, dibujadas con pulso para componer una sinfonía de sentimientos.

Una historia que va in crescendo, una aventura que termina mal y bien a la vez. Destierro y muerte, pero seres vivos hasta el final. Una tragedia, una dimensión a la vez grandiosa e íntima. El alma humana, en fin, deslizándose hacia su Destino y venciendo al terror de las batallas. ¡Lástima!

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