Decidir en qué lugar quieres asentarte no resulta una tarea fácil. En esta elección entran en juego muchos factores: las prestaciones y servicios del municipio, el nivel económico, el estilo de vida, etc. El Cruzado, en esta ocasión, ha decidido poner el foco en aquellos vecinos de Barbastro que decidieron dejar esta ciudad para empezar una nueva etapa, o continuar, en pueblos del Somontano. Todos, con motivos muy diversos.
María de los Ángeles Ballabriga, de 26 años, se mudó junto a su pareja, Catalin Balogh, de 32 años, a Adahuesca. Por otro lado, José María Pintado y su pareja, Geraldine Tornimbeni, cumplirán este agosto catorce años viviendo en Salas Bajas. Allí formaron una familia con sus hijas Catalina y Malena. En Colungo, Pablo Mur decidió continuar con su legado familiar y Carlos Vega ha decidido continuar en Hoz de Barbastro para disfrutar desde allí de su jubilación.
Los motivos
En los últimos años la oferta inmobiliaria de Barbastro no se encuentra en su mejor momento. Existen pocas viviendas y las que se ofrecen, a precios muy elevados. Por lo que muchos jóvenes se plantean mudarse a los pueblos de la comarca. María de los Ángeles Ballabriga forma parte de este grupo. “Mi pareja y yo comenzamos a buscar pisos en Barbastro. Primero con la idea de alquilar. Pero los precios se encontraban por las nubes y era muy complicado encontrar uno que nos cuadrara a los dos. Estuvimos meses buscando. Un día, hablando con mis hermanos, me dieron la idea de arreglarme la casa del abuelo de Adahuesca, que llevaba cerrada más de quince años, y mudarme allí. Y eso hice”, explica Ballabriga.
Otros optan por la vida en el pueblo por la libertad y tranquilidad. Este es el caso de la familia Pintado Tornimbeni. Su seno familiar se encontraba en pleno centro de Barbastro, en la calle Argensola, y su negocio a tan solo cien metros. Una situación que a simple vista parecía ideal. “Nos encontrábamos muy cómodos, pero también necesitábamos descanso entre la salida del trabajo y la llegada a casa. Además, vivías el día a día del centro de la ciudad, aunque no quisieras. Por otro lado, coincidió con el nacimiento de nuestra primera hija, por lo que buscábamos más espacio en casa y en la calle”, explican ambos.
Nos situamos en el año 2011, “cuando en Barbastro existían muy pocas viviendas a la venta. En una inmobiliaria vimos una casa que nos interesaba, pero nos pensábamos que se encontraba en Barbastro porque no lo especificaba. Un día vinimos a comer al domicilio de unos amigos de Salas Bajas y dio la casualidad de que la vivienda de al lado era esta que se vendía. La visitamos, nos explicaron las bondades del pueblo y nos mudamos allí. Y estamos encantados. Aquí hemos encontrado nuestro sitio en el mundo”, declaran.
En Colungo reside Pablo Mur Redón. En este caso, conservar el legado familiar le motivó a tomar esta decisión. “No me hubiera ido a ningún otro lugar”, declara. Sus raíces ahí descansan y tanto él, como sus hermanos y primos, conservan unos potentes vínculos con la población. Regenta una casa rural, como antes sus abuelos pasaron décadas al frente de una tienda de ultramarinos y de un bar. “En esta familia nos gusta dar un buen servicio y para nosotros esto pasa por estar cerca del cliente y disponible. Llevamos tres generaciones y no sabemos hacerlo de otra manera, por lo tanto, me vine a dormir a Colungo hace ya 30 años. Yo no lo llamo vivir, sino dormir en un pueblo, ya que bajas a Barbastro constantemente”.
Por último, nos trasladamos hasta Hoz de Barbastro para conocer a Carlos Vega. Nació en León, estudió la carrera de Medicina en Zaragoza y su casa familiar estuvo marcada por la impronta ansotana de su madre. Antes de asentarse en Hoz, pasó un par de años en Nicaragua y otra temporada en los Picos de Europa. Y ha decidido quedarse en Hoz para vivir su jubilación. “Opto por la naturaleza, el aire, el espacio. Siempre he vivido en las casas de los médicos y la verdad, he vivido bien. En una ciudad tendría más acceso a la cultura que en Hoz, pero siempre hay que pagar un precio porque no se puede tener todo”.
La acogida
Varios de ellos contaban con lazos familiares unidos a estos pueblos, como Mur y Ballabriga, pero el proceso de adaptación para todos siempre es una realidad. Ballabriga y Pintado destacan que los vecinos los acogieron con los brazos abiertos “porque se alegraron de aumentar el número de habitantes, además, jóvenes”, detalla Ballabriga. No obstante, Mur añade que “lo más importante es que aportes y participes en la sociedad. Entonces ellos te lo devuelven con creces”.
Por su parte, Vega afirma que encontró el equilibrio entre su vida profesional y personal “empatizando con la gente y tratando a todos por igual. Cuando te comportas de esta forma, la contrapartida es el respeto”. Su opción por Hoz no implica idealizar el medio rural. “En la misma medida que ha cambiado la sociedad, se ha transformado el mundo rural. Ahora vivimos más encapsulados”, declara.
Este parecer lo comparte Pablo Mur Redón: “Los pueblos no han permanecido ajenos al creciente individualismo que se vive hoy en día. Entre muchas personas aún perdura una concepción de lo rural que se corresponde con lo que vivieron nuestros padres, pero, no con la actualidad porque esa manera de vivir ha desaparecido”.
La idealización del medio rural
Muy relacionado con esta manera de vivir se encuentra la idealización del medio rural: algunos para bien, otros para mal. Cuando Pintado y Tornimbeni comunicaron su decisión a sus familiares y amigos, muchos de ellos les comentaron que iban a cometer un error. “Nos decían que estábamos locos, que tendríamos que utilizar el coche todos los días, que no teníamos supermercados… Ellos no lo veían tan claro, pero luego cuando subían a visitarnos, se le ponían los dientes largos”, recuerdan.
En este aspecto, Vega describe como situación ideal que los urbanitas contaran con un pueblo y los del medio rural, salieran de vez en cuando a las ciudades. “Con el objetivo de no cerrarse ni unos, ni otros. Porque sorprende la cantidad de urbanitas paletos que vemos y, por otro lado, si el municipio se reduce cada vez más, se corre el riesgo de que los vecinos adquieran rasgos un tanto huraños”, reflexiona.
Él acabó la carrera en el año 78 y pertenece a una generación de marcada vertiente social y rompedores de moldes. “Yo llevaba el pelo largo, con pintas de jipi… aunque en apariencia la gente del pueblo pueda parecer más cerrada, no es así. Cuando conocen, respetan”. Cuando acabaron las obras de acondicionamiento de la casa del médico en Hoz, apareció un grupo de mujeres con escobas y fregonas dispuestas a limpiarle el domicilio. Corría el año 1989 y aún hoy se emociona al recordarlo.
Las ventajas y desventajas
Como principales ventajas muchos de ellos destacan la tranquilidad y la libertad. “A muchos les parecerá una tontería, pero para mí aparcar delante de casa supone un privilegio”, explica Ballabriga.
No obstante, todos coinciden en que también existen las desventajas. Por ejemplo, ninguno niega que el coche resulta imprescindible. “Yo los trayectos me los tomo como un paseo. Alguna vez he hablado de esto con mis amigas de Barcelona y Zaragoza y me comentan que ellas tardan una hora u hora y media en llegar de sus casas al trabajo. Yo tardo mucho menos viviendo en un pueblo”, continúa Ballabriga.
Por su parte, el médico puntualiza que durante la adolescencia de sus hijos sí abundaron los continuos desplazamientos a la capital. Idas y venidas más espaciadas en este momento vital. “Con una o dos veces por semana se solventa todo”, señala.
No obstante, Tornimbeni añade: “Son pequeñas desventajas que asumimos porque vale la pena vivir aquí”. Sin embargo, incide en que otros aspectos cobran más importancia, como el médico de cabecera. “Antes venía cada día o cuatro días a la semana y ahora solo viene un día o dos. Un aspecto que afecta sobre todo a los vecinos mayores”, declara. Un sector de la población sobre el que Vega también pone el acento, sobre todo, relacionado con las prestaciones. Él aboga por servicios que permitan que los ancianos puedan continuar en sus localidades pequeñas y no sean trasladados a otro lugar.
¿Se arrepienten de vivir en un pueblo?
Ballabriga confiesa que este cambio le enamoró y que lo recomienda. “Se trata de una vida más casera y si te gusta, en un pueblo la lograrás. Muchos no se imaginan mudarse a un lugar en el que no exista tienda o estanco. Pero se trata de situaciones puntuales. Si te organizas bien, no tienes problemas. También te ayuda a conocer la vida más rural: la agricultura, la horticultura… Si te gusta la naturaleza, es una experiencia que debes probar”, declara.
Pintado y Tornimbeni tampoco tienen dudas: “Se trata de una de las mejores decisiones que hemos tomado. Cuando nos mudamos ya asumimos todas esas pequeñas desventajas que conlleva vivir en un pueblo porque sabemos que iba a merecer la pena completamente”. No obstante, temen sobre el futuro de los pueblos. «En Salas Bajas ahora vivimos muchas familias jóvenes con hijos. Empadronados estamos cerca de 200, pero debemos dormir diariamente 130 personas. Este pueblo va a resistir. Pero existen muchas otras personas que quieren mudarse a pueblos del Somontano y no encuentran viviendas. Las instituciones deberían fomentar acciones en este aspecto», manifiestan ambos.
Vega vivió en Hoz por imperativo y se ha quedado por voluntad. Como reflexión añade que ser médico de pueblo se encuentra profundamente denostado. “En nuestra sociedad, el valor de una persona y de una profesión viene dado por el lugar y cuanto más grande sea este, mejor. Este pensamiento atrapa a muchas personas del mundo rural. Pero la categoría personal no depende del puesto. Me la doy yo y no se sustenta en elementos externos. Sino en lo que yo quiero y dónde quiero. En mi caso, ser médico de pueblo”.