Hace algunos años, el equipo de pastoral juvenil de esta diócesis lanzó una vigilia de oración preparatoria de la Navidad con el eslogan: ‘Jesús, mira dónde te metes’. Con esta advertencia se pretendía llamar la atención sobre la encarnadura del Hijo de Dios en una realidad tan compleja y, a veces, mezquina como es nuestra raza humana. Ha pasado el tiempo y ha vuelto a mi memoria el mismo toque de atención al ver que el tema central de una de las últimas entregas de nuestro periódico estaba dedicada a las propuestas gastronómicas para preparar la Navidad y que, en las dos páginas dedicadas al mismo, no llegaban a una veintena las líneas reservadas para el belén, perdidas entre las imágenes de unas apetitosas fuentes de langostinos y otras viandas, que ilustraban el reportaje.
Unos días antes de celebrar la Navidad me parece inevitable poner negro sobre blanco aquella advertencia, no para sonrojar a los redactores del periódico que acoge amablemente mis cuitas y reflexiones, sino para llamar la atención de cuantos lleguen a leer estas líneas. Estamos a punto de celebrar un acontecimiento tan insólito como que todo un Dios haya querido encarnarse en nuestra historia y compartir la miseria humana, solidarizándose con los que sufren el dolor que la humanidad provoca, y corremos el riesgo de estar más atentos al menú de la noche navideña que a acoger con gratitud a quien ha querido hacernos ricos despojándose de su propia riqueza.
Esto es lo que subraya el papa León en su primera exhortación apostólica, cuando habla de la debilidad que Dios siente por los pobres, debilidad que ha encontrado en Jesús de Nazaret su plena realización, ya que «en su encarnación, Él se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor, haciéndose semejante a los hombres… Esta pobreza incidió en cada aspecto de su vida. Desde su llegada al mundo, Jesús experimentó las dificultades relativas al rechazo. El evangelista Lucas, narrando la llegada a Belén de José y María, ya próxima a dar a luz, observa con amargura: “No había lugar para ellos en el albergue”. Jesús nació en condiciones humildes; recién nacido fue colocado en un pesebre y, muy pronto, para salvarlo de la muerte, sus padres huyeron a Egipto…».
La Navidad es un hecho tan provocativo que tendemos a digerirlo camuflado en una buena comida. Ya sé que no es políticamente correcto poner el dedo en alguna de las llagas de nuestra cultura, pero había que decirlo para que el mejor regalo que hemos recibido no se devalúe, hasta hacerlo irreconocible. Lo cual no me impide desearle, amable lector, una verdadera y ¡feliz Navidad!






