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Pedro Escartín Celaya A cuatro manos
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Mi carta a los Reyes Magos

Pedro Escartín Celaya A cuatro manos
09 enero 2023

No sé si los Reyes Magos tendrán tiempo de leer ésta mi carta antes de que empiecen su maravillosa ronda, que tantas esperanzas suscita en la gente de buena voluntad, pero confío en que la lean más pronto que tarde, y hagan lo que esté en su mano por secundar mis deseos. En realidad, sólo pido tres o cuatro cosas modestas y, por lo que cada día vemos y oímos, necesarias.

Hace dos semanas escuché la entrevista de una periodista a Cristina Alberdi. Como bien saben Vuestras Majestades (porque, como me decían mis padres, los Reyes Magos lo saben todo), Cristina Alberdi nunca ha sido persona proclive al integrismo social o político: fue vocal del Consejo General del Poder Judicial a propuesta del PSOE; cuando terminó su mandato, volvió a ejercer la abogacía sin hacer valer los méritos adquiridos para conseguir otras prebendas; más tarde aceptó una cartera de ministra en el último gobierno de Felipe González y siempre fue, junto con Francisca Sauquillo, una referencia para el feminismo de su época.

Pues bien, la periodista le preguntó cómo veía la actual deriva de la política nacional y respondió que «con enorme preocupación», porque «se están socavando los cimientos de la democracia, del equilibrio institucional», y añadió: «No sabemos a dónde nos va a llevar esto…; cada día se contradicen a sí mismos y hace todas las cosas que dijo que no iba a hacer; ayer decía que no lo haría y mañana lo hace» (sic).

Como supongo que estáis enterados de todo lo que ocurre por esta tierra nuestra, no voy a cansaros repitiéndoos la entrevista; sólo la cito para apoyar esa enorme preocupación, que manifestaba la entrevistada y que es la de muchos ciudadanos, para rogaros que hagáis cuanto esté en vuestras manos para que este año nos regaléis sólo cuatro cosas: a los que legislan, un poco de cordura; a los que mandan, algo de equilibrio institucional y de coherencia entre lo que dicen y luego hacen; a los que aplauden o contradicen las decisiones que rigen nuestras vidas, la serenidad indispensable para argumentar con respeto o, por lo menos, sin insultos que descalifican tanto al que los profiere como al que los sufre; y a todos nosotros, unas buenas dosis de afecto hacia la democracia que tanto costó conseguir y que fue posible gracias al consenso, a la reconciliación generosa, y a la libertad sin ira, como cantábamos entonces.

¿Os pido demasiado? Espero que no, porque, si mis peticiones fueran excesivas, ya veo que unos y otros nos mereceríamos aquel carbón que antes traíais a los niños malos.

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