A las puertas de la Navidad, con nuestras localidades iluminadas e inmersas en el ritmo festivo, conviene mirar más allá. La campaña de Cáritas Diocesana de Barbastro-Monzón nos recuerda que estas fechas no solo celebran tradición y familia, sino también la obligación moral y cívica de reconocer a quienes viven la otra cara de estas semanas: la pobreza, la soledad y la exclusión que en demasiados casos siguen creciendo.
El reciente informe FOESSA es contundente: la exclusión en Aragón alcanza cifras históricas y afecta, sobre todo, a jóvenes, migrantes y personas sin redes de apoyo. En nuestra diócesis, el aumento de primeras peticiones de ayuda y las necesidades vinculadas a vivienda, alimentación o salud mental confirman una realidad que ya no es abstracta; tiene rostro en Barbastro, Monzón y en los pequeños municipios donde la dispersión y la falta de recursos agravan cada dificultad cotidiana.
Frente a este escenario, la respuesta comunitaria vuelve a ser determinante. Cerca de 300 voluntarios sostienen el trabajo de Cáritas en 17 equipos parroquiales. Su labor silenciosa –acompañar, escuchar, estar– convierte cada gesto en un antídoto contra el aislamiento y en un puente hacia la dignidad. Son ellos quienes mantienen vivo el tejido social cuando la administración no llega o lo hace tarde.
La Navidad ofrece, una vez más, la oportunidad de preguntarnos qué tipo de comunidad queremos ser. No basta con conmovernos; es necesario comprometerse. Donar, participar, dedicar tiempo o, simplemente, tender la mano puede marcar la diferencia para quienes hoy dependen de la suerte más de lo que deberían depender de sus derechos.
Que este tiempo nos encuentre atentos, responsables y dispuestos a hacer que la dignidad deje de ser un privilegio incierto. Aquí, en nuestra tierra, empieza ese cambio.






