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Pedro Escartín Celaya A cuatro manos
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¿Limpiar o no ensuciar?

Pedro Escartín Celaya A cuatro manos
30 mayo 2024

Entre esos recuerdos familiares que mi memoria conserva sin saber muy bien por qué, ha resistido el paso del tiempo una frase que me sube a los labios en determinadas ocasiones. Se trata de una anécdota lejana, transmitida desde el tiempo de los bisabuelos. La nuera que acababa de incorporarse a la familia se esmeraba en barrer y limpiar la casa esperando agradar así a su suegra, pero ésta, que debía responder al estereotipo clásico que el imaginario popular asignaba a las suegras, al verla afanada en conseguir la máxima pulcritud en el domicilio familiar, le dijo en tono de reproche: “no es limpia la que limpia, sino la que no ensucia”. Seguramente, este comentario tan impertinente hirió la sensibilidad de la joven recién incorporada a la familia, pero eran tiempos en los que no se acostumbraban a rechistar las impertinencias de las suegras.

Esta anécdota viene a mi memoria cuando me encuentro por las mañanas con los solícitos trabajadores encargados de la limpieza urbana, armados con el escobón y un rastrillo, recogiendo los papeles, colillas y otros deshechos que algunos ciudadanos han abandonado impunemente en las calles de la ciudad.

A pesar del cuidado de estos trabajadores, el problema de la limpieza persiste en nuestra ciudad y, a juicio de muchos, no se le ve solución. Antes de las últimas elecciones municipales, los desinformados ciudadanos achacábamos el problema a que el gobierno municipal y la presidencia comarcal, que por lo que sabemos tiene contratados los servicios de limpieza urbana, eran de diferente color político, y ya se sabe que los políticos tienden a hacerse la guerra entre ellos. Pero ahora son del mismo color y la suciedad persiste en las calles.

Esto me lleva a añorar a aquella suegra que increpaba a su nuera con tanta desconsideración, porque cada ciudadano, niño, joven o adulto, tenemos nuestra parte de responsabilidad en la claramente mejorable limpieza urbana. Los excrementos de las mascotas, los envoltorios y cascarillas de las pipas consumidas, las colillas, los envases de refrescos y las incívicas pintadas de los que disfrutan embadurnando paredes no son responsabilidad de los sufridos encargados de la limpieza urbana. Por mucho que se esfuercen, son más los que tienen en sus manos la obligación de no ensuciar que los encargados de mantener limpias las calles. Pero también hay que recordar a los gestores de nuestro pueblo que tienen en sus manos instrumentos suficientes para mejorar los servicios y, en su caso, sancionar a los desaprensivos.

Sea como fuere, no es mucho pedir que podamos vivir en un pueblo con calles y paredes limpias. El dilema no es limpiar o no ensuciar, sino limpiar y no ensuciar. Limpieza llama a limpieza, mientras que la dejadez desmotiva para buscar la papelera adecuada en la que depositar los residuos conforme a las modernas normas de reciclaje, en bien del planeta, que ya lo necesita. Nos han dicho que hay ciudades que brillan por su limpieza. ¿Cómo lo habrán conseguido?

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