Ainhoa Valle se dedica a la fotografía y compagina sus proyectos personales con la docencia, la fotografía terapéutica y participativa y la Terapia Gestalt. Centra su fotografía “en lo humano y en la propia identidad a través del retrato y autorretrato”. Además, la define como con un gran factor experimental que bebe de la danza, la poesía, lo femenino y los universos simbólicos que el cuerpo genera inconscientemente.
La asturiana impartirá este fin de semana en El Moliné de Barbastro tres talleres de fotografía terapéutica y participativa. Serán de 10 a 14 horas y de 16 a 20 horas el sábado; y el domingo de 10 a 14 horas. Los talleres están dentro del Ciclo de Terapia Colectiva, organizado por el Centro de Estudios del Somontano.
¿Qué es para Ainhoa Valle la fotografía participativa y terapéutica?
No son lo mismo, pero se pueden cuadrar. Toda la fotografía participativa para mí es terapéutica, pero no todo lo terapéutico es participativo. Hago una separación. En ambas utilizas la herramienta, la fotografía, como un instrumento de transformación personal y social. En la parte participativa hay también un interés social, de una reflexión, de generar algún tipo de interferencia en el discurso dominante. Lo terapéutico puede ser algo más individual.
Trabajo con un colectivo de menores en riesgo de exclusión, que hoy en día se les llama menas. Todo lo que hago con ellos es terapéutico. Lo puedes dejar en el aula o puedes hacer una exposición. Puedes reclamar una autopresentación de estos chavales y generar otra mirada hacia este colectivo. Estás generando otros discursos sociales, de que es un menor que llega en esta situación.
¿Cómo puede llegar una fotografía a desarrollar una transformación en una persona?
Más que una foto en un momento concreto lo metería dentro de un proceso. Por eso se realizan talleres. Lo primero que desarrollan las personas desde que nacemos son imágenes. Tanto produciendo imágenes como viendo imágenes de archivo. Incluso producir una imagen de algo que te está ocurriendo dentro y lo materializas a través de la fotografía. Véase una emoción, una vivencia, algo que cuesta más narrar. Vivimos en una sociedad que toda la terapia es un mundo muy desde lo cognitivo. La imagen tiene una simbología y serie de matices que te permite hablar de ciertas cosas sin necesitar la palabra. Tiene algo que trasciende y llega a otros lugares.
Siempre está el tópico de que una imagen vale más que mil palabras.
No me gusta este tópico. Pero sí que tengo la sensación de que una imagen, tanto producirla como mirarla, produce un cambio dentro. Dependiendo de la conciencia con la que la mires. Es un tema de la intención que cada persona ponga.
¿Hay algún tipo de objetivo propicio para mostrar en imágenes en estos procesos?
Normalmente en estos procesos trabajas mucho desde la proyección de imágenes. Cualquier imagen sirve como un catalizador de información. En la fotografía participativa utilizamos la herramienta como fotolicitación, como una herramienta de comunicación. Sirve para generar un dialogo. Y en el propio diálogo hay algo terapéutico. Es una manera de poder llegar a hablar las cosas de manera indirecta. Si estás trabajando con un colectivo que tiene traumas, como en mi caso menores que han llegado a España, y le abordas directamente el tema seguramente no querrá hablar del tema.
Si el chico, porque generalmente son chicos, pueden relatar su viaje a través de la fotografía o a través de una imagen pueden empezar a contar cosas que les ha pasado. Pero a su ritmo, desde sus memorias. Le puede poner simplemente una imagen del mar y a partir de ahí pueden empezar a surgir cosas. Hay una cosa que es el cuidado y de abordar los temas desde una manera más humana. Nunca le pondría una foto de los refugiados. La imagen es como el olor a pan que te recuerda a casa de tu abuela, hay una imagen de algo que es un portal, la imagen es un espejo y una ventana increíble.
¿Cómo es un taller con estos chavales?
En la fotografía participativa importa el proceso. Es una herramienta como la danza o el teatro. Se utilizan recursos de otras disciplinas para generar un clima de seguridad donde se sientan cómodos. Se usa la fotografía de manera que ellos cuenten. Si el taller necesita autorrepresentación, a través del retrato, que cuenten quienes son ellos. Se suelen abordar temas de identidad y trabajamos el tema del viaje. Para mí lo importante es que sean ellos quienes decidan lo que quieren contar. Una parte importante también es que haya una exposición de los resultados, que se pueda compartir, que haya una devolución social. Si eso se queda solo en un espacio del aula es como que se corta el flujo de lo que buscamos, que es un cambio social.
¿Crees que no se conoce o no se valora el potencial de las imágenes?
Cada vez somos más conscientes sobre todo con el cambio brutal que ha habido con las imágenes en las redes sociales. Esto ha hecho que seamos conscientes que hace falta una alfabetización visual. La gente no es consciente de la potencia que tiene todo lo visual en nuestro día a día. Y como se nos puede manipular para bien y para mal.