Lo único que no cambia es el cambio. Ahora el mundo está cambiando a la velocidad de la luz ante la mirada ensimismada de Europa. Nuestras dos economías más importantes, Francia y Alemania, están gripadas, ingresadas en Urgencias. Además, Francia va camino de la UCI, porque los franceses no han aceptado que no se puede estirar más el brazo que la manga. Al Reino Unido no le va mejor. La sanidad y algunos servicios públicos empiezan a fallar, las infraestructuras –carreteras, trenes, etc.– son deficientes, los salarios bajos y los ciudadanos británicos conceden al primer ministro la menor popularidad de la Historia. Lo del Brexit no ayuda, pero los males tienen su origen las mismas causas que han llegado a todos los países de Occidente, no adaptados a la velocidad de los fenómenos nuevos: la globalización, la competencia asiática y el inmenso poder de la tecnología. Así pues, la fragilidad de esos tres países son un síntoma general.
Escuché en Barcelona a Enrico Letta, exjefe del gobierno italiano, que debemos crear un sistema bancario europeo más fuerte fusionando bancos de diferentes países para hacer frente a la potencia de EEUU en este campo. Como ejemplo explicó que ni un solo de los euros que pagamos con tarjeta de crédito escapa al control de Nueva York. Asombroso. Tampoco en otros sectores estratégicos hemos sido capaces de enfrentar esta realidad (con la excepción de la aeronáutica y la automoción) y eso contando con un mercado propio de 450 millones de personas. En tecnología de los chips, imprescindibles para todo, desde la fabricación de una tostadora hasta la de un misil, vamos muy atrasados respecto a los que nos sacan una ventaja de una década. Los chips solo se fabrican en América o China.
El profesor Draghi, por su parte, el histórico salvador del euro, había recomendado a la Comisión invertir 800.000 millones de euros en sectores estratégicos para corregir la creciente deriva europea, y solo un año después incrementó la cifra en un 50 %. “Esto va más deprisa de lo que pensaba, hay que concentrar los recursos, y no en años, sino en meses…”, vino a decirle en público a una optimista presidenta de la UE Von der Leyen. Era ella quien le había encargado el estudio, y naturalmente esa noche, 16 de septiembre de 2025, igual que a muchos, le costó dormirse.







