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Ildefonso García Serena Al levantar la vista
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La carta

Ildefonso García Serena Al levantar la vista
06 mayo 2024

Hoy es un sábado gris de abril y escribo antes de que el presidente Pedro Sánchez desvele a los españoles si se va o se queda. No seré yo quien haga apuestas en ningún sentido porque ignoro lo que pasa por su cabeza, aunque puedo imaginar algunas cosas… En fin, ya lo sabremos, y unos días antes de que el lector se encuentre con estas líneas.

Pero aprovechando la circunstancia, les voy a hablar de ese género literario que algunos consideran menor: el epistolar, la carta. En mi opinión, la carta es un género primerísimo, al tiempo que su valor persuasorio es el más elevado entre las artes de la Comunicación. Por circunstancias de la vida las he conocido casi todas: el artículo periodístico, la crónica, el relato, el ensayo, el discurso, la novela, y hasta el anuncio publicitario en todas sus formas.

Y sin embargo, al final me quedo con la epístola como la manera más directa y eficaz de decir las cosas a la hora convencer a alguien de alguna cosa o una idea de la que, en principio, hay poca esperanza de cambio. Una carta personal puede ser un recurso único, tal vez el último cuando ya no quedan otros. Una carta bien hecha puede cambiar una voluntad. Puede ser un puñal o una rosa. Una carta puede servir para recuperar un amigo o para enviarlo a paseo forever. Una carta puede conseguir un trabajo, un favor importante o revocar un juicio equivocado. Una carta sirve para despedir definitivamente un amor desgastado o zurcir lo que queda de él con el hilo fino de las palabras. Una carta puede salvar una vida. Pero todo ello a condición de que esas pocas líneas escritas sobre un papel y envueltas en un sobre blanco, se cumplan los cánones que definen el modelo.

En primer lugar, ha de atrapar la atención en las primeras líneas, una regla de oro; en segundo lugar, la sinceridad fortificada, imbatible. Finalmente hay que combinar los argumentos y las evidencias con la emoción. Una carta es una receta de alta cocina donde ningún ingrediente está presente por casualidad. Porque una carta permite decir muchas cosas, usando los argumentos como balas, las palabras como cuchillos, las pausas como sollozos mudos.

Aprender a escribir cartas es una de las tareas más provechosas a las que un buen progenitor o un buen maestro puede dedicar su tiempo, enseñando a los niños niñas a caminar y pelear por la vida. Una buena misiva no puede improvisarse, ni alargarse, ni ser demasiado corta, sino afilada; debe cocerse a fuego lento durante días, escribirse en varias horas y poder leerse en minutos. Y si es necesario, que duela, que duela mucho; y si es preciso, que el papel escrito atraviese el corazón del destinatario, siempre que su alma, o su entendimiento, están equivocados. Una carta así, siempre es un último grito, un último lamento, y siempre exige una respuesta, Y por ello es un acto de coraje, de valor, el jugárselo todo: “Quiéreme o nada”.

Lamento mucho que ya no se escriban cartas como las de antes.
¡Qué pena y qué gran error…!

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