Resulta curioso cómo nos acostumbramos a lo gratis. No concebimos pagar, o no mucho, por determinados servicios. Algunos de ellos básicos. Ocurre también, con frecuencia, con la cultura. Abonar 20 o 25 euros por un espectáculo en el Centro de Congresos de Barbastro ya parece un exceso.
Sin embargo, nada resulta gratis. Los servicios públicos (sus medios personales y materiales) son posibles por los impuestos que abonamos. Y la cultura, y las fiestas, también. Los precios se reducen en la medida que el promotor, en muchos casos, la correspondiente institución, cubre con sus presupuestos el coste real de dichos espectáculos.
Estas reflexiones vienen a cuento del tema principal que abordamos en las páginas iniciales de este número: el coste de las fiestas que inundan los pueblos en verano. ¿Cómo se financian? Pues, efectivamente, una parte corre a cargo del Ayuntamiento. El resto, de la imaginación de quienes las organizan. Voluntarios, las más de las veces. Servillas, bonos, la barra en la plaza del pueblo, el libreto con el programa, los bingos…
Aun así, esos voluntarios (que sí que trabajan sin beneficio) siempre encuentran a alguien (a veces vecino habitual, a veces veraneante) que piensa que debe de ser gratis esto de disponer de música en directo en el baile, o de organizar un espectáculo infantil, o de traer una refrescante actividad acuática. Y se resisten a pagar la correspondiente cuota.
Así que ahora que comienza la ruta por los pueblos en fiestas (este mismo fin de semana en Berbegal), cuando nos acerquemos a los actos, hagámoslo con benevolencia. Si la música de la orquesta no es la mejor, si el espectáculo no ha hecho tanta gracia como pensábamos, si tardan un poco en servir una copa en la barra, recordemos que todo eso ha costado un esfuerzo a quienes lo organizan. Y que para que lo podamos disfrutar de manera gratuita, alguien ha puesto algo de dinero y tiempo. ¡Felices fiestas en el Somontano!