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Pedro Escartín Celaya A cuatro manos
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En el ruido del conflicto

Pedro Escartín Celaya A cuatro manos
10 julio 2025

La semana pasada leí una noticia que dejó en mi ánimo un reguero de esperanza. Llevamos demasiados días desayunándonos con los reproches mutuos que los representantes públicos vienen arrojándose a la cara, amplificados por su inevitable eco en la caja de resonancia de la ciudadanía. Frente a la campaña que un grupo bienintencionado está promoviendo con el lema “En el ruido del conflicto, dale voz al respeto”, viene creciendo día a día el ruido del conflicto mientras decrece el respeto, visto muchas veces como debilidad.

En este contexto, me he sentido acariciado como por una brisa fresca en estas tórridas horas de verano por la noticia de que el grupo de apoyo a la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) en favor de la regularización extraordinaria de personas migrantes ha mantenido un encuentro en el Congreso de los Diputados con miembros del Partido Popular y del Partido Socialista, instándoles a tomar en consideración la regularización de más de medio millón de personas migrantes en situación administrativa irregular, que viven en España, muchas de ellas con arraigo personal y familiar entre nosotros.

Las asociaciones eclesiales que han promovido esta iniciativa han necesitado más de quinientas mil firmas para poder acceder a este encuentro con los principales partidos del arco parlamentario, pero la iniciativa ha obtenido una acogida favorable en orden a avanzar hacia un acuerdo. Sin embargo, nada de esto se ha visto reflejado en los telediarios ni ha sido objeto de interés para los comentaristas y contertulios, que yo sepa. Al parecer, el ruido del conflicto es más atractivo. Y no digo que no sean importantes los asuntos estrella que vienen acaparando el interés informativo, sino que el desinterés por otros asuntos manifiesta una preocupante estrechez de miras colectiva.

Está en juego la regularización de muchos migrantes, que nuestro país necesita. Un elemental sentimiento de respeto por la dignidad de la persona obliga no sólo a arrinconar algunas tendencias xenófobas latentes en el imaginario colectivo, sino a procurar el bien de aquellos que han llegado jugándose una vida que para ellos era inviable en sus propios países. Hace miles de años que la Biblia acuñó la sabia máxima que nos recuerda los tiempos en los que los españoles buscábamos trabajo en Alemania: “Ama al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto”.

La honestidad informativa obliga, además, a superar la costumbre de convertir en noticia el que sea el hombre quien muerde al perro, en detrimento de lo que resulta normal: que es el perro el que muerde al hombre. En la práctica, resulta más atractivo abrir el telediario con el ruido de un conflicto que amplificar la voz del respeto; pero este modo de actuar ni favorece la objetividad informativa ni la paz social, de la que tan necesitados estamos.

Por el bien de la comunidad es indispensable que tanto la corrupción como las derivas autoritarias sean denunciadas, pero no convirtamos la denuncia en la única senda por la que alcanzar la regeneración; atrevámonos a explorar los caminos que llevan a ser buenos y honestos en el ámbito personal, si queremos alcanzar la meta de una sociedad justa, en la que sea posible vivir con dignidad.

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