Puerto de Cádiz, 18 de mayo de 1950. María del Carmen Rodríguez embarca junto a sus padres dirección Buenos Aires, Argentina, donde atracaron el 3 de junio. A día de hoy lo recuerda a carcajada limpia, pero con un toque de preocupación por la inquietud vivida. “No sabíamos si mi padre iba a llegar, estaba preso. Consiguió venir porque tenía la nacionalidad argentina y le dejaron salir. Al día siguiente de haber partido, la Guardia Civil se presentó en su casa para detenerlo”, dice mostrando una foto de la familia en el barco. Añade, también riéndose, que durante el viaje entabló amistad con la hija de la cantante y actriz Conchita Piquer.
A sus 81 años, Rodríguez está escribiendo sus memorias que tiene pensado publicar en forma de libro. “Voy volcando mi vida en el papel. A raíz de la muerte de mi marido entré en depresión. Escribir fue lo que me salvó y cada recuerdo que surge es como si lo viviera en ese momento”, señala emocionada. Al empezar tan bonita tarea no se planteó el objetivo de divulgar su historia, “es una más de las muchas que habrá en este país”.
Consciente de ello, quiso escribir “para ver si servía de algo” y, si no, para que sus descendientes “tuvieran una clara idea de dónde venían”. Sin embargo, funcionó. “Realmente me sentía mejor, volví a tener ilusión por algo. Escribir mis recuerdos y los de mi familia me mantiene viva. Porque llegó a haber un momento en que no me importaba nada”, confiesa. Sus nietos y sobrinos fueron los que más le animaron a seguir.
Recuerdos familiares
Pasaportes, cartas, documentación, fotos, noticias y declaraciones. Así enumera María del Carmen Rodríguez todos los recuerdos familiares que guarda en varias carpetas, con ese tono de voz que ponen los mayores cuando recuerdan lo pasado, entre nostalgia y pena. Nostalgia por los buenos momentos vividos en familia y con amigos. Y pena porque es consciente de estar describiendo una vida que ya no volverá.
Asegura que, posiblemente, sus memorias tengan una razón de alegato a un viaje que termina, haciendo una metáfora con su vida. Ahora, mientras escribe, se pregunta de qué llenar la vida, de qué llenar las grietas que deja la modernidad y de cómo volver a mirar lo sagrado del pasado.
“Voy volcando mi vida en el papel. A raíz de la muerte de mi marido entré en depresión y escribir me salvó”
María del Carmen Rodríguez
“Era hija única y siempre quise tener hermanos, por eso formé una gran familia. Y me preocupan mis descendientes, qué vida tendrán, porque lo tienen más complejo. Era mucho más fácil en la época en que yo estudié y trabajé, aunque pasé muchas peripecias. Ahora la vida está muy complicada. Pero, oye, no tiene porque ser cierto lo que yo pienso”, indica.
El papel de Barbastro
Hace diez años que María del Carmen Rodríguez reside en Barbastro porque dos de sus hijos se asentaron en el Somontano. Ellos decidieron trasladarse hace dos décadas a España durante la época del “corralito” en Argentina. Consiguieron la doble nacionalidad gracias a que ella nunca aceptó la argentina. “En Barbastro he encontrado gente muy solidaria, casi sin buscarlo prácticamente. Hay personas muy buenas que te ven sola o que lo estás pasando mal y te tienden la mano sin pedirlo”, explica.
María del Carmen Rodríguez fue presidenta del Club Argentino de Jardinería, adscrito al Garden Club de Londres, durante tres años. “Hacíamos exposiciones, trabajos florales. Teníamos mucha actividad. Cuando llegué a Barbastro me propusieron fundar un club de jardinería aquí. Pero no me sentí capaz de hacerlo, ya estoy mayor”, señala.
“En Barbastro he encontrado gente muy solidaria casi sin buscarlo prácticamente”
María del Carmen Rodríguez
Sin embargo, reconoce que la capital del Somontano está jugando un importante papel en su recuperación. “En Barbastro estoy empezando a tener una nueva vida. Tengo estímulos que, a estas alturas de mi edad, pensé que ya no tendría. Llegó un momento que no quería seguir viviendo de esta forma. Ahora me reúno con amigas, voy al Hogar del Jubilado a jugar a las cartas. Tampoco puedo esperar a hacer grandes cosas pero nunca dejo de aprender”, se sincera María del Carmen.
Tiene claro que su memoria “es un privilegio y una joya” y da gracias “por tener bien la cabeza, aunque me duelan las piernas”. Escribiendo hace una clara tarea psicológica y le ayuda a mantener vivos sus recuerdos. Pide no juzgar la portada sin leer su prólogo, en el que asegura que se ve en la obligación “de seguir escribiendo todo lo acontecido y recordado sobre la familia que formé”. Finaliza asumiendo que nada le gustaría más que estas experiencias sirvan para sus lectores. Y que “cuando llegue el momento de partir sea sin ruido y viendo a mi familia feliz”.