Ahora y siempre
Ángel Pérez Pueyo Obispo de Barbastro
Ahora y siempre

El sacerdote, regalo de Dios (II)

Ángel Pérez Pueyo Obispo de Barbastro
11 febrero 2024

La relación fraterna es uno de los rasgos constitutivos del ministerio sacerdotal. Es al mismo tiempo medio y fin para vivir la espiritualidad sacerdotal. Medio porque nos ayuda a traducir en nuestra vida el evangelio, y fin porque la fraternidad es un valor constitutivo del ministerio presbiteral.

Comportarse como hermano

Jesús dio a sus discípulos un trato de amigos y hermanos, estableciendo con ellos lazos incluso más profundos que los de la familia. El puente que los mantiene unidos es el perdón de las ofensas, no la virtud de cada uno de ellos. La fraternidad no es posible si no hay perdón. El sacerdote es en la comunidad cristiana el ministro del perdón.

Un ministerio radicalmente comunitario

La exhortación apostólica Pastores Dabo Vobis afirma con toda claridad: El ministerio ordenado tiene una radical «forma comunitaria» y puede ser ejercido sólo como «una tarea colectiva». Se trata de dar un “testimonio colectivo” y de evangelizar con una “pastoral de conjunto”, Una común vocación y una común misión constituyen la raíz profunda de nuestro ministerio y nuestra espiritualidad sacerdotal.

La íntima fraternidad sacramental

Así describe el decreto Presbyterorum Ordinis la relación entre los presbíteros requiriendo íntima fraternidad sacramental. El sustantivo es “fraternidad”, un término tomado de la vida de la familia, donde las relaciones familiares no se rompen sino que deben renovarse continuamente, sobre todo tomando como base al perdón.

El primer adjetivo es significativo: “íntima”, que se opone directamente a superficial. El segundo adjetivo tiene que ver con el origen: “sacramental”. El fundamento de la relación fraterna entre los presbíteros es la común ordenación y la común misión.

Importancia práctica de la amistad sacerdotal

En varias ocasiones el Papa Francisco ha expresado la importancia de la relación amistosa entre los presbíteros. Esta capacidad de amarse es sin duda un signo de madurez y un rasgo de la vida espiritual.

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