Tribuna
Carlos Gómez Mur A cuatro manos
Tribuna

El invierno de la energía

Carlos Gómez Mur A cuatro manos
31 diciembre 2021

La crisis energética, discretamente omnipresente desde hace años, era, sobre todo, la crisis del petróleo. Es verdad que había y hay otras fuentes de energía primaria, incluso algunas parcialmente renovables, pero el petróleo tiene unas ventajas que lo hacen, en la práctica, insustituible. En cualquier caso, la gente, en general, no habla demasiado de crisis energética por la sencilla razón de que aún no la percibe como amenaza. Es verdad que el precio de la energía eléctrica lleva un tiempo descontrolado, pero eso ya ha pasado otras veces y no sólo con la energía eléctrica sino también con el petróleo, que en el 2008 llegó a alcanzar los 180$ por barril para caer hasta los 30 y permanecer en ese entorno por largas temporadas. Ahora el precio del Brent está cerca de los 80 dólares por barril, pero la gente, harta ya de que le anuncien la inminente llegada del lobo y con el gobierno prometiendo un día sí y otro también reducir la factura de la luz a niveles aceptables, no parece preocuparse demasiado. O al menos, no lo suficiente como para expresar ruidosamente y en la calle su preocupación y descontento.

Sin embargo, hay sobrados motivos para preocuparse. Entre 1950 y 2020 la población mundial ha pasado de 2,54 a 7,79 miles de millones de personas, es decir, prácticamente se ha triplicado, y, en la parte del mundo que nos ha tocado vivir, se han alcanzado cotas de bienestar que ninguna generación había conseguido hasta la fecha y que pueden atribuirse, sin ningún problema, al descubrimiento y explotación, en poco más de 200 años, de enormes cantidades de energía solar almacenada en el interior de la Tierra en tiempos geológicos remotos y durante cientos de años. Una energía que no se puede reponer ni sustituir en la mayor parte de los usos que ahora tiene y sobre todo en el transporte.

Es verdad que ya hay coches eléctricos e incluso están proliferando los puntos de recarga rápida, pero no son muchos y no está claro que los materiales necesarios para la fabricación de estos vehículos vayan a estar disponibles para toda la flota en un futuro previsible. Y, en todo caso, la energía eléctrica que ha de mover la nueva y ¿sostenible? flota habrá de salir de algún sitio y no parece que la obtenida de fuentes renovables vaya a ser suficiente, si el tamaño de la flota ha de acercarse al de la que actualmente se mueve con combustibles fósiles. Ni mucho menos.

La Civilización industrial, ésta, es un sistema complejo que funciona mediante la transformación de un flujo constante y, esto es muy importante, creciente, de energía de baja entropía en otra de alta entropía, es decir, en calor disipado en la atmósfera. Hasta los años 70 del pasado siglo el ritmo de descubrimientos de nuevos yacimientos y el petróleo obtenido permitían alimentar ese ritmo creciente, pero a partir de ese momento el petróleo alcanzó su pico de producción en los Estados Unidos, ante el general desconcierto y tal como Hubbert había predicho. La primera consecuencia fue que los Estados Unidos pasaron en poco tiempo de exportador a importador neto, salvando así una situación que resultará imposible de manejar cuando el pico sea global. La forma, casi desesperada, de resolver el problema, en este último caso, ha sido recurrir a la extracción de petróleo en formación mediante la utilización de técnicas de fracturación de rocas, obteniendo un resultado insuficiente, escasamente rentable y muy costoso en términos ambientales, por lo que muchas de las empresas que lo iniciaron están en estos momentos próximas a la quiebra o han abandonado directamente el mercado.

El comportamiento de sistemas complejos suele presentar un período largo de estabilidad, pero la mayoría alcanza en algún momento puntos de inflexión o umbrales críticos en los que el sistema pasa de un estado a otro de una manera abrupta, con la consiguiente pérdida de complejidad. La mayor parte de la población, al menos la del, hasta hace poco, conocido como primer mundo, no ha experimentado el tipo de sociedad que resultaría de un colapso del sistema, pero la búsqueda de espacio y recursos ya han provocado enfrentamientos más o menos extendidos e incluso guerras globales. Digamos que la disponibilidad de energía abundante y barata y una relativamente homogénea distribución de la riqueza resultante, al menos entre los que hubieran estado, en su caso, en condiciones de manifestar violentamente su disgusto, ha mantenido el sistema, durante un período asombrosamente largo de tiempo, en la situación que los europeos de la primera mitad del siglo XX denominaban Paz Armada o Belle Époque y que terminó, dicho sea en términos coloquiales, como el rosario de la aurora.

Ahora parece haber otras formas y otras herramientas más sofisticadas para hacerse con el poder real y gestionarlo, formas que se están experimentando constantemente y a plena luz, y que implícita o explícitamente, están terminando con otro de los experimentos de los siglos 19 y 20, la democracia representativa, que los griegos también experimentaron y que quedó después relegada al olvido durante mucho tiempo. 

Suscríbete aquí a nuestra nueva newsletter

Más en Tribuna