Mi anterior comentario en esta sección versó sobre la muerte del papa Francisco; hoy no puedo dejar de escribir de nuevo sobre el papa, ya que la elección del cardenal Francis Robert Prevost para ocupar la silla de Pedro es un acontecimiento eclesial de primera magnitud, pero también un evento con repercusión social y dimensión mundial. Por ello es normal que el obispo de Roma ocupe otra vez el protagonismo de esta página.
El pasado día 8, en un cónclave breve (de sólo cuatro escrutinios), fue elegido sucesor del apóstol Pedro un cardenal mediáticamente desconocido, de nacionalidad estadounidense y peruana, misionero y fiel discípulo de san Agustín, que es uno de los cuatro grandes padres de la Iglesia y que ha tomado el nombre de “León”. No sé si estos datos son significativos para los lectores, pero encierran aspectos nada despreciables de la personalidad de quien ha sido elegido para guiar espiritualmente a mil cuatrocientos millones de católicos y para ser referente y estímulo moral en un mundo tensionado y necesitado de paz.
En la actual encrucijada de nuestra sociedad, pocos acontecimientos (o tal vez ninguno) han movilizado semejante número de personas y han obtenido parecida cuota de pantalla como la muerte del papa Francisco y la elección de su sucesor. Según se va conociendo la trayectoria personal del nuevo papa, se puede intuir cuál va a ser el influjo de su ministerio, del que me atrevo a señalar algún apunte.
Uno procede de su primer saludo como papa: “La paz esté con todos vosotros… Yo también querría que este saludo de paz entrase en nuestro corazón y llegase a vuestras familias, a todas las personas, a todos los pueblos, a toda la tierra…” Estas palabras, ratificadas por sus primeros gestos, y la celeridad con la que los cardenales electores se han puesto de acuerdo en una elección que algunos vaticanistas preveían prolongada y compleja, me autorizan a pensar que su carisma y una de sus prioridades va a ser la búsqueda de la paz y la llamada a tender puentes entre las personas y los grupos dentro y fuera de la Iglesia. Quienes le conocen por haber trabajado cerca de él dentro y fuera de la Santa Sede ratifican su talante sinodal: habla poco de sinodalidad, dicen, pero la practica.
Otro apunte lo encuentro en el nombre que ha elegido. Su inmediato antecesor en el nombre, León XIII, fue el papa Pecci, cuyo pontificado llenó el último tercio del siglo XIX. De él se recuerdan los puentes que tendió entre la Iglesia y los estados democráticos, así como su decisiva intervención para encauzar la cuestión social, agravada entonces por la revolución industrial. En el año 1891 publicó su famosa encíclica Rerum novarum, destinada a encauzarla por la senda de la justicia y de la Doctrina Social de la Iglesia. También cabe recordar que León Magno, el primero de la saga de los León, se atrevió a salir al paso de Atila, en el año 452, cuando las huestes del bárbaro amenazaban la estabilidad de lo que ahora es Europa, y consiguió la paz y que Atila se retirase a Panonia.
Lo dicho permite presagiar una notable sintonía con la trayectoria del papa Francisco, si bien cabe esperar el peculiar acento de la personalidad del nuevo pontífice: novedad dentro de la fidelidad a los principios que han venido sustentando la solidez de la institución eclesial a lo largo de los siglos.