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Manolo Garrido Al levantar la vista
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Ecos de una medalla

Manolo Garrido Al levantar la vista
02 junio 2025

Volver a Barbastro ha sido en esta ocasión una oportunidad especial, con el fin de conmemorar el 50 aniversario de la concesión de la medalla de oro de la ciudad a san Josemaría Escrivá, el 25 de mayo de 1975. Fue un acto civil organizado por el Ayuntamiento, con el que tuve la suerte de colaborar.

En el almuerzo con barbastrenses en Madrid tuvimos una charleta, con mensajes de optimismo, realismo, determinación y servicio. No faltaron retos y pendientes, junto al compromiso de colaborar en proyectos que desde Barbastro se propongan. Me quedé con el juntos podemos más y con aprovechar todos las personas y recursos. Integrar y alentar.

Pienso que el domingo queríamos vivir una doble actitud: fiesta conmemorativa y agradecimiento, actitud que resultó remarcada por la presencia de los cuatro alcaldes junto a Fernando Torres. Me alegró mucho reflejar la continuidad de un cariño entre Barbastro y su paisano, personificada en Rafael Fernández de Vega, Manuel Rodríguez Chesa, Geni Claver y Antonio Cosculluela.

Estaban también presentes y familias que le trataron: Sambeat, Corrales, Lacau, Nerín, Pascau, Lalueza, Pueyo, Gómez Padrós, Martí, Viñola, que con tantos otros, forman parte de esa corona de afecto. La formación humana y espiritual que recibió en el parvulario del colegio de San Vicente de Paúl y en los Escolapios tuvo un gran impacto en su vida. Recordaba la Catedral, el Cristo de los Milagros, la Dormición de la Virgen.

Esa continuidad está documentada y arranca en julio de 1943 cuando Escrivá acepta formar parte de un grupo que es recibido en Madrid por el ministro de Justicia para tratar los problemas que atravesaba la diócesis. Precisamente esta colaboración fue uno de los motivos para nombrarle Hijo Predilecto, como acuerda el Ayuntamiento el 29 de marzo de 1947 al aprobar por unanimidad la moción de Modesto Pascau.

Más adelante vendrán la dedicación de una avenida y la medalla que comentamos, junto a la vivencia de su beatificación, centenario de su nacimiento y canonización. Y a lo largo de las décadas, encuentros personales y numerosa correspondencia, junto a una relación de particular afecto con El Cruzado Aragonés, con la entrevista de José María Ferrer el 3 de mayo de 1969.

Estudiando la correspondencia hay un motivo gozoso que va a más, como es el proyecto de Torreciudad, en una muestra magnánima de amor a la Virgen, a la Iglesia y al territorio. Una locura, decía san Josemaría, una herencia –pienso yo– de la que estar muy orgullosos y agradecidos. Y ahora que siguen los 50 de su fallecimiento y de la apertura de Torreciudad me sale del alma un inmenso ¡¡¡¡gracias!!!! que tantos compartimos. Recupero sus últimas palabras en el Ayuntamiento, que serían las últimas dichas en un acto público, ya que fallecería en Roma un mes después y que son una invitación a seguir contando con su ayuda: “Yo renuevo mi propósito, con la gracia de Dios, de venir despacio a Barbastro, a charlar con cada uno en la intimidad del alma, a hablar de Dios para que veáis como Él os quiere y os quiero, para que me ayudéis a ser bueno y fiel. ¡Gracias!”.

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