Con su reciente exhortación apostólica Dilexi Te (Te he amado), el Papa León XIV nos invita a mirar de nuevo el rostro de Cristo que se refleja en los pobres. No se trata de una encíclica social más, sino de una llamada profundamente evangélica: amar a los pobres no como a una categoría social, sino como al mismo Cristo vivo entre nosotros.
El documento se abre con las palabras del Apocalipsis: “Yo te he amado”, recordando que el amor de Dios no se detiene ante nuestras debilidades. Ese amor, cuando se encarna en gestos concretos, nos transforma y nos saca de la indiferencia. Por eso el Papa denuncia que, aun con tantas obras y proyectos, el compromiso con los pobres sigue siendo insuficiente. No basta con aliviar la necesidad: hay que cambiar el corazón y la mentalidad, romper la cultura de la acumulación que convierte la riqueza en ilusión de felicidad.
Desde esta mirada nueva, Dilexi Te nos recuerda que Dios mismo eligió hacerse pobre, compartiendo nuestras fragilidades, y que en Jesús se revela la predilección divina por los últimos. En los pobres, dice el Papa, no sólo hay carencias que atender, sino una presencia que acoger: Cristo mismo.
El texto recorre la historia de la Iglesia para mostrarnos que el amor a los pobres ha sido siempre su camino: desde los primeros diáconos hasta los santos que fundaron hospitales, escuelas y hogares. Cada uno de ellos comprendió que la fe se hace auténtica cuando toca la carne del hermano. Los santos de la caridad, Vicente de Paúl, Calasanz, Juan Bosco, tan presentes en nuestra Diócesis, fueron testigos de que el servicio no se hace “de arriba abajo”, sino entre iguales. La pobreza hoy tiene muchos rostros: soledad, exclusión, migración, precariedad… En cada uno, resuena el “Yo te he amado” del Señor.
Estamos llamados a vivir esta conversión del corazón: pasar de mirar “a los pobres” a mirar “con los pobres”. De esa cercanía brota la verdadera alegría evangélica, la que nos hace sentirnos amados y enviados.





