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Ildefonso García Serena Al levantar la vista
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Cambios en el callejero

Ildefonso García Serena Al levantar la vista
16 noviembre 2021

En los últimos tiempos se ha impuesto la costumbre de eliminar de calles y plazas los nombres de personalidades que en su día merecieron el supremo honor de tener sus nombres más o menos ilustres en el callejero urbano.

Esta purificación del nomenclátor puede estar basada en muy diferentes motivos. Uno de los primeros y más notorios que recuerdo fue sacar de una avenida muy principal de Palma de Mallorca el nombre de los Duques de Palma para sustituirlos por otro duque, el de Adolfo Suárez, quien fuera el primer presidente del gobierno de la España postfranquista.

Muy merecido creo lo de D. Adolfo, en cualquier caso, pero habría que preguntarse qué méritos previos tenían los anteriores para estar allí, si aún eran personas jóvenes y vivas. ¿No les estaban haciendo la pelota con intenciones más bien interesadas y comerciales? El caso penal del yerno del rey, condenado por corrupción, solo él, no ella, tuvo la culpa de ese humillante episodio. Por lo expuesto, aquello no me pareció bonito.

Hace muy poco el mismo ayuntamiento quiso descabalgar a los almirantes Churruca y Gravina de sus sendas placas de la bella ciudad mediterránea, convencido el alcalde de que hacía un acto de justicia histórica, deshonrando a figuras alabadas por el franquismo.

El problema es que estos dos señores marinos ya habían muerto hacía más de un siglo cuando comenzó la guerra civil española, y no estaba claro que tuvieran nada que ver con la misma y tampoco que encajaran debidamente en un programa de Memoria Histórica.

«Llegan voces de Latinoamérica exigiendo a España que pida perdón por los actos contra las etnias indígenas durante el período de la Conquista de América»

Dejando aparte chapuzas como esta, la ciudad de Barcelona retiró en 2018 la estatua del prócer Antonio López de su plaza donde había estado durante más de siglo y cuarto. El motivo es que este naviero había sido uno de los más conocidos traficantes de esclavos de España y en gran parte debía su fortuna a este ignominioso comercio, que era ya discutido desde los tiempos de la Ilustración. Ahora descansa en la oscuridad de un almacén administrativo.

Llegan nuevamente voces de Latinoamérica –la más conocida la del presidente mexicano López Obrador– exigiendo a España que pida perdón por los actos contra las etnias indígenas que tuvieron lugar durante el periodo de la Conquista de América, y que de alguna manera se condene su memoria en las efigies de Cristóbal Colón, que deben ser retiradas de calles y plazas en México.

En Colombia ha sucedido algo parecido, ya no solo con el Gran Navegante sino con su mentora la Reina Isabel de Castilla. En 2018 la estatua de Colón fue retirada de una plaza de la gran ciudad de Los Ángeles, en EEUU, cuando al menos resulta curioso que esta ciudad fue fundada en 1781, casi trescientos años después del Descubrimiento.

Un mucho exagerada me parece esta inquina contra el Gran Almirante, quien, más que militar, fue un explorador y un viajero. Incluso en España sorprende que algunas voces se vuelvan críticas con la que es, sin duda, la primera gran figura de nuestra Historia, muy por delante de otros personajes de gran peso.

«Contrasta esta actitud revisionista con la de los franceses, que parecen asimilar su Historia –la parte bonita y la menos decorosa– y mantienen en sus rótulos figuras controvertidas»

Contrasta esta actitud revisionista con la de los franceses, que parecen asimilar su Historia –la parte bonita y la menos decorosa– y mantienen en sus rótulos figuras controvertidas de su propia Historia sin cortarse un pelo. No solo veneran a Napoleón, sino que recuerdan en calles y plazas a los tres personajes más controvertidos de la Revolución Francesa –Marat, Danton y Robespierre– quienes permanecen en su calles a pesar de que los tres fueron responsables de miles de ejecuciones –muchas para mantener el Terror– y ellos mismos acabaran asesinados o en la guillotina.

Incluso el propio Luis XVI, víctima principal de la Revolución por haber conspirado contra ella, conserva su nombre en algunas ciudades francesas aunque no así su bella y odiada esposa austriaca, María Antonieta, quién no ha sido perdonada por el pueblo.

Aquí en España, tenemos una calle en Madrid y en otras ciudades con el nombre de Fernando VII , el rey llamado “El felón”, capaz de traicionar a su propio padre y al que nadie de momento ha cuestionado para optar a una calle o plaza.

Esto de mover los nombres de la calles es un problema, no solo para los vecinos, que tienen que cambiar de tarjetas y adaptarse a los nuevos callejeros, sino para los ciudadanos que pierden el sentido de la historia.

Yo no entiendo por qué la calle de Madrid donde fue asesinado don Juan Prim en 1870 –la llamada entonces pintorescamente calle del Turco– tenga que llamarse ahora Marqués de Cubas. Comprendo las razones de revisar el callejero en determinados casos cuando las últimas atribuciones se debieron a un cambio de régimen por la fuerza , y también cuando sea necesario por razones de reparación de una injusticia evidente, pero creo que, en general, debería limitarse el poder de los ediles en este aspecto y solo permitirles crearlos en los nuevos asentamientos.

Si no hay un motivo mayor, dejemos la pequeña Historia de nuestras villas y pueblos en paz.

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