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Pedro Escartín
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Amargo despertar

Pedro Escartín
08 mayo 2025

Amargo fue el despertar de muchos de nosotros en el pasado lunes de Pascua, día en el que Barbastro sube a El Pueyo para felicitar a la Madre por la resurrección de su Hijo Jesucristo. Fue amargo porque la alegría de la Pascua se vio empañada por la noticia de la muerte del papa Francisco. El día anterior los medios de comunicación nos habían servido la imagen de un hombre que, a pesar de estar agotado, no renunciaba a dar su última bendición urbi et orbe a este mundo nuestro, tan necesitado de esa paz de la que ha querido ser un instrumento hasta el último aliento de su vida, el instrumento que también deseó ser el poverello de Asís, cuyo nombre Jorge Mario Bergoglio adoptó cuando fue elegido papa.
Las campanas de la cristiandad, también la campana mayor de nuestra catedral restaurada por la familia Cosculluela Montaner cuando nuestra Diócesis se rehacía de los destrozos de la guerra, han doblado con su solemne y grave voz convocando a la oración. Y la esperanza ha vuelto a germinar en el corazón de los creyentes.

Aunque es abrumador el cúmulo de comentarios que se han publicado en los últimos días, no puedo obviar el traer el recuerdo del papa Francisco a esta sección que pretende poner el acento en algo significativo de lo que viene ocurriendo. Su vida y su muerte no han sido un acontecimiento menor. Las imágenes de la televisión a propósito de su muerte han puesto de manifiesto lo que ha sido el papa Francisco en la vida de los creyentes y de mucha gente de buena voluntad. En mi ánimo sigue vivo un recuerdo que compartí con un amigo ocho meses después de que fuera elegido Papa, cuando nos sorprendió con su primera exhortación apostólica, titulada Evangelii gaudium (la alegría del Evangelio) y escrita con aquel gracejo argentino, hasta entonces desconocido en un escrito papal. En ella, conectaba con las preocupaciones pastorales de muchos curas de a pie, ocupados en evangelizar a nuestros contemporáneos. No es que fueran palabras distintas de las de sus predecesores, pero fueron palabras dichas con la empatía de quien sabía conectar con las preocupaciones del pueblo.

Al señalar los desafíos que la Iglesia debía afrontar en el momento presente, entendimos cuál era su talante pastoral. Ya entonces afirmó con rotundidad: “no a una economía de la exclusión”, “no a la nueva idolatría del dinero”, “no al dinero que gobierna en lugar de servir”, “no a la inequidad que genera violencia…”; acentuó la preocupación por las consecuencias que el cambio climático tiene para el planeta y, sobre todo, para los pobres, a pesar de los que lo ignoran o lo niegan, y nos emplazó a cuidar de la hermana-madre tierra; ha insistido reiteradamente en la búsqueda de la paz en los territorios masacrados por la guerra, particularmente en Ucrania y la franja de Gaza; nos ha pedido que eliminemos el descarte de los débiles, que acojamos a los inmigrantes y no aparquemos la dimensión social de la fe que profesamos. Estas constantes de su actuación y magisterio le han granjeado el afecto que cientos de miles de personas han expresado con ocasión de su muerte, pero también las críticas inmisericordes de los poderes del mundo capitalista.

El papa Francisco ha sido mucho más de lo que pretendo resumir en las apretujadas líneas de mi partitura “a cuatro manos”, pero tiempo habrá para valorar su legado y, sobre todo, para vivirlo. Ahora sólo quiero invitar a dar gracias a Dios por el regalo que el papa Francisco ha sido para nuestra Iglesia y nuestro mundo.

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