Encasillar a Sandra Araguás en un solo oficio resulta imposible. No obstante, ella se define, en primer lugar, como investigadora porque de allí nacieron el resto de sus facetas profesionales. Precisamente gracias a su labor de indagación, la semana pasada habló en la UNED sobre la historia de FERMA.
¿Qué ha supuesto FERMA para la ciudad de Barbastro?
Creo que no existe nadie en la provincia de Huesca e incluso en todo Aragón que no conozca esta feria.
En 2010 investigué con una beca del Instituto de Estudios Altoaragoneses (IEA) sobre las ferias de San Andrés que se celebraban en la provincia de ganado, sobre todo de caballería y FERMA es heredera de una de ellas, de ganado animal. Yo hablé de la transición desde ese antiguo mercado que en septiembre reunía a miles de animales en Barbastro a cómo a partir de los años 60 se transforma en la feria de maquinaria. Esto lo acompañé con testimonios de otros trabajos de investigación como el que hice junto a Nacho Pardinilla sobre la tradición oral de Barbastro.
Precisamente su faceta de investigadora comenzó hace 25 años con otra beca del IEA.
Cuando terminé la carrera de Humanidades, el IEA me becó junto a dos compañeras para recoger saber popular en la Sierra de Guara. Esa beca se terminó convirtiendo en el libro La sombra del olvido.
A partir de allí empecé a hacer trabajo de campo y a recoger tradición oral, que no solo se centra en los cuentos.
Entonces, ¿de qué más se compone?
Cuando hablamos de tradición oral, muchos solo piensan en cuentos y canciones, pero también existen las retahílas, adivinanzas, trabalenguas, romances, y no solo esa parte de literatura oral. También se recogen textos sobre la vida tradicional. Por otro lado, y como se suele entrevistar a personas mayores, encontramos muchas historias personales. Creo que eso te hace ver la vida de otra manera.
¿Ha cambiado algo en usted desde que empezó este camino?
Ahora escucho más que hablo. Parece una tontería, pero para el trabajo de campo y la investigación se debe escuchar más. También conozco muchas más historias, refranes o trabalenguas que antes. Y, sobre todo, me han enseñado a valorar las cosas pequeñas.
¿Dónde se encuentran las historias?
Creo que en general, vayamos donde vayamos, si sabemos preguntar, todos guardan historias, relatos, canciones, romances… Aunque ahora llegas a los pueblos y cada vez con más frecuencia te dicen: «Si hubieras venido hace quince años… Ahora se nos han ido ya todos los abuelos». Es verdad que cuesta mucho más, pero creo que todavía sigue muy viva la tradición oral y podemos encontrar muchos testimonios interesantes.
¿Alguna historia le ha marcado especialmente?
Cuando empiezas a investigar en el Alto Aragón, a todos les llama mucho la atención el tema de la brujería. Te planteas si de verdad se creen eso que te cuentan, como la historias de los niños que sacaban a bautizar por la ventana. Al inicio, vas escéptico, pero cuando la gente seria de verdad te cuenta estas historias, dudas sobre hasta qué punto eso ocurrió, pero te pone la piel de gallina.
Sus cuentos se dirigen al público infantil, ¿qué les quiere transmitir?
Trabajé de guía cultural y me fijé en que cuando explicaba que la Sierra de Guara es una giganta dormida, de repente la miraban con otros ojos y se enamoraban. Así que me planteé como objetivo difundir el conocimiento que recogía en mis trabajos de campo. Además, Elías Mairal, un señor de Las Almunias de Rodellar, me dijo que no valía de nada ese trabajo si solo servía para escribir libros que se quedaban escondidos en bibliotecas, que en su lugar debemos narrar esos cuentos. Así que cuando, sobre todo, comencé a dirigirme hacia el mundo infantil, decidí apostar por la tradición oral. Y de repente muchos niños conocen historias como la de La mano verde, de Adahuesca, o la de Medio pollé, que se recogió en Barluenga. Es decir, cuentos que se encontraban dormidos y que ahora vuelven a contarse.
¿Se pierde la transmisión oral?
Como se conocía hace 50 años sí porque ya no disponemos de ese espacio en casa para contar cuentos, tranquilos, en la cama. Ahora siempre existe un libro o un teléfono de por medio. Pero para contar oralmente no encontramos el momento. No obstante, algunas familias me dicen que se los aprenden de memoria y que casi no tienen que recurrir al libro.






«La transmisión oral sigue viva, pero no con la misma intensidad»


