Adviento es el tiempo en el que la vida nos invita a detenernos y escuchar aquel susurro antiguo y siempre nuevo: si quieres que cambie el mundo, comienza por dejarte cambiar tú. La verdadera renovación está en el corazón.
A menudo nos desespera la crispación social, los conflictos que se enconan, la sensación de impotencia ante lo que no controlamos. Esperamos que sean los demás quienes den el primer paso: que mejore el clima familiar, que la política sea más sensata, que los ambientes laborales cambien. El Adviento nos recuerda, sin embargo, que la luz comienza por dentro, que una pequeña decisión puede alterar la atmósfera que nos rodea: un perdón, un abrazo, un saludo, una palabra que une, una renuncia a la queja constante, un gesto silencioso de bondad. Es realmente en lo pequeño donde germina siempre lo decisivo.
Juan XXIII nos propuso un estilo tan sereno como revolucionario: vivir “solo por hoy”. Solo por hoy cuidaré mis palabras; aceptaré las circunstancias sin resignarme; confiaré en que la vida no es un azar ciego; solo por hoy haré un bien que solo Dios conozca. Vivir así no es reducir la vida al instante, sino descubrir que el presente es el lugar donde se forja lo que de verdad permanece.
Si cada uno asumiera el deseo humilde de cambiar por dentro, nuestras familias, comunidades y entornos serían lugares más habitables. Adviento ocurre cada vez que alguien decide abrir espacio en su interior para la luz. Cada vez que alguien elige la paciencia, la bondad o la reconciliación. Cada vez que descubrimos que no estamos solos, que todavía hay motivos para creer en la vida, que siempre es posible comenzar de nuevo. Que este tiempo nos regale la valentía de pedir: “Señor, cámbiame por dentro”.
Quien se deja transformar se convierte, sin pretenderlo, en regalo para los demás, en una pequeña lámpara que ilumina su entorno y anuncia un mundo más libre, humano, solidario y fraterno.





