El Reglamento de Protocolo y Ceremonial y Honores y Distinciones del Ayuntamiento de Barbastro establece, en su artículo 2.1., que la bandera municipal es «de tafetán blanco con la cruz de Borgoña y en los cabos de ésta los escudos de Barbastro en similar disposición a los de la coronela”. Ahora bien, ¿cómo un símbolo de tal trascendencia histórica, política y social para España acabó siendo el lienzo sobre el que se estamparían los escudos de nuestra ciudad?
Hay quien podría pensar que nuestra bandera hunde sus raíces en la Primera Guerra Carlista, como consecuencia de la rotunda victoria de las boinas rojas en la batalla de Barbastro (2 de junio de 1837). De hecho, cuentan las crónicas de la época, el 27 de mayo, cuando la Expedición Real, comandada por el infante Carlos María Isidro de Borbón, llegó a Barbastro, a éste se le entregaron las llaves de la ciudad y fue recibido con bastante más entusiasmo que en Huesca, donde el ejército isabelino fue igualmente derrotado tres días antes. No es éste, sin embargo, el origen de nuestra enseña municipal.
Otros situarían su mira en los eventos de 1523 y 1524 en la ciudad de Barbastro, cuando Carlos I de España, enfrascado en sus eternos conflictos con Francisco I de Francia, escribió a Barbastro para solicitarle tropas. Lo hizo un 23 de octubre de 1523 y a través del Gobernador General de Aragón, quien instó al Concejo de la ciudad a reunirse con él para detallarles la petición del rey emperador. Tras la reunión que mantuvieron el día 24 en la iglesia de San Francisco, la asamblea local decide citar al día siguiente a una docena de notables vecinos de la ciudad para que se posicionasen al respecto. Su deliberación da como fruto un acuerdo por el que se comprometen a ofrecer al rey toda la ayuda posible. Los toques de tambor anuncian a los vecinos la voluntad del Concejo de que se alisten para la empresa del rey.
No obstante, debido a la peste que recientemente había asolado toda la comarca del Somontano, y pese a la promesa de tres ducados mensuales para cada soldado que se alistase, la ciudad solo consigue reunir a 27 hombres en primera instancia, a los que se sumaban unos pocos más provenientes de otros pueblos y villas cercanos que se extendían hasta Benasque y Tamarite. A la vista del escaso éxito cosechado, el Concejo promete dos meses de paga a partir del primero de marzo, gracias a lo cual se completa de forma definitiva la lista de reclutados. En esta ocasión integran el contingente unos 55 soldados, no solo de Barbastro, sino llegados también de diferentes pueblos, así como algunos castellanos y navarros. Pues bien, a tal regimiento se le hizo entrega de la bandera de la ciudad, que se describe ya en esa época como “blanca con la cruz de borgoña encarnada (escarlata)”, tal y como apunta José Cabezudo Astraín (1961), quien detalla profusamente la ayuda proporcionada por los barbastrenses a Carlos I en su guerra con el rey de Francia.
En otro orden de cosas, cabe señalar que el mismo Carlos I de España y V de Alemania, ya había ordenado en 1506 que se incluyese la cruz de Borgoña en los escudos y banderas de España. Como si se tratase de una deliciosa ironía, la nueva enseña no sería ondeada por primera vez como estandarte nacional hasta la batalla de Pavía (Italia), que se libró un 24 de febrero de 1525, justamente contra las tropas francesas del mencionado Francisco I, quien traía de cabeza a Carlos I. Para esta contienda, precisamente, fue para la que el rey emperador había solicitado hombres al Concejo de Barbastro, con el objetivo de que formasen de parte de un gran contingente hispano-germano que aplastase, como finalmente así ocurrió, al ejército galo.
Si finalmente algún soldado barbastrense participó en tan célebre batalla queda a imaginación del lector, aunque tras la finalización de las pagas de marzo y abril de 1523, como bien señala J.C. Astráin (1961), podría pensarse que se disolvieron ese mismo año. Pese a ello, un servidor se abandona personalmente a la idea de que alguno de nuestros paisanos, quizá el ancestro de alguno de nuestros lectores, blandió con honor y pundonor el acero de su daga y que fue igualmente acreedor de los laureles de la victoria.
Llegados a este punto, y cambiando de tercio, podemos concluir que el color blanco y el aspa de Borgoña, representativos a su vez de los Habsburgo y del Imperio Español, ya se encontraban consolidados como emblemas de la ciudad en la primera mitad del siglo XVI.
Volviendo de nuevo al autor citado, cabe detenerse en la mención que hace al posterior decreto de Felipe V, dado a 28 de febrero de 1707 (“y es mi voluntad que cada cuerpo traiga una bandera coronela blanca con la cruz de Borgoña, según estilo de mis tropas, a que he mandado añadir dos castillos y dos leones, repartidos en cuatro blancos, y cuatro coronas que cierran las puntas de las aspas”), cuando señala lo siguiente: “Es curioso que el color blanco y la cruz de San Andrés, color escarlata, fuese impuesta en tiempos de Felipe V, por decreto, no sólo para sus regimientos, sino para las ciudades, si bien éstas pondrían en uno de los lados el escudo y en el otro (como los regimientos) el de la monarquía”.
Esta revelación podría dar a entender que la imposición del color blanco y el aspa de borgoña en los estandartes de los regimientos militares acabaría no solo por convertirse en el emblema mítico de los Tercios, sino que influiría decisivamente en las banderas de ciudades como la de Barbastro, que no en pocas ocasiones fue atravesada por las intrigas del poder y el ruido de las espadas.
No cabe duda de que nuestra ciudad ha sabido atesorar estos símbolos y que su integración en la bandera municipal representa una prueba irrefutable de su vibrante historia y de su longeva identidad colectiva.







