Tendemos los humanos a añorar lo que dejamos atrás. Una comida familiar con los abuelos que ya no están, los amigos del instituto, un profesor que nos marcó durante nuestra formación, la manera en que nos enseñaron una habilidad que hoy atesoramos. La nostalgia “vende” y ahí se encuentra un amplio mercado de música y productos promocionales que “tocan” nuestro corazón para revivir tiempos pasados.
Pero no conviene quedarse en esa nostalgia y, tal y como se reflejó en la mesa redonda de la entrega de la Almendra de Oro, menos en la educación. El mundo avanza y nos ofrece nuevas posibilidades, que en muchas ocasiones se convierten en retos. Como sociedad, no debemos simplificar añorando cómo transcurrió nuestro paso por el instituto. Todo ha cambiado. Ya no se trata de un profesor, una pizarra y la memoria como única herramienta para superar curso tras curso.
Ahora se atiende de una manera casi individualizada, cargando a los docentes y sus equipos de apoyo de múltiples tareas. Ya no pueden, ni deben, soltar la lección a la clase y poner en un papel las preguntas para comprobar quién se la ha aprendido. Las continuas leyes educativas marcan un programa, pero ellos deben encontrar la forma de conjugarlo con una atención casi personalizada.
Y todo en una misma aula. Cinco exámenes diferentes, adaptados para cada situación. Así describieron cómo se afronta la gran diversidad que se vive en una sola clase. Reflejo, por otra parte, de la heterogeneidad social.
A todo ello hay que sumar el papel de las nuevas tecnologías, que están para quedarse y revolucionarlo todo, y el bienestar emocional. Una amalgama que conforma el día a día de los docentes, en el colegio y en el instituto.
Así que, con todos estos mimbres, como familias, como sociedad, cabe acercarnos a estas realidades y reflexionar sobre ellas, antes de echar mano de la nostalgia y recordar cómo eran nuestros días de instituto, nuestros profesores, nuestros exámenes. No, cualquier tiempo pasado no fue mejor. Solo diferente.







