Ya lo cantaba Marisol: la vida es una tómbola. De luz y de color, decía ella. De alquileres disparados y carteles de “se vende” que duran horas, diríamos hoy. Buscar casa se ha convertido en un ejercicio de paciencia, o más bien, de fe. Da igual en Madrid que en Barbastro: los anuncios vuelan, los precios se disparan y las reformas parecen inevitables. Encontrar algo digno, con un precio razonable y sin goteras de regalo, ya no solo depende del esfuerzo, depende del milagro.
Da igual con quién lo hable o con qué lo compare. Si lo pienso en frío, el alquiler que pago con mi marido en Madrid sigue siendo un exceso. Pero si miro el mercado, lo considero casi un milagro. Tener luz, cocina separada y que se parezca más a una caja de galletas que a una lata de sardinas es, hoy en día, que te toque la tómbola.
Y así vivimos, con un pie en Madrid a precio de oro y el ojo puesto en Barbastro, por si aparece algo susceptible de hipoteca. Pero cada vez cuesta más saber si buscamos un piso o si solo jugamos, sin querer, a la tómbola. Porque el esfuerzo, ahora, ya no garantiza nada. Se ahorra, se compara, se espera… pero la ecuación no sale. Ni con dos sueldos, ni con previsión, ni con prudencia.
La vivienda, también en Barbastro, se ha convertido en eso: en la suerte del perrito piloto. El precio del metro cuadrado ronda ya los 1.122 euros, un 22 % más que hace un año, según el portal Idealista. Pero el problema no es solo el precio, sino la falta de oferta. La obra nueva es casi anecdótica, igual que la vivienda pública. Muchas casas antiguas, muchas vacías y otras esperando una reforma integral que lo hace inalcanzable.
Y los alquileres, por el estilo. Te doy el dato, pero las cifras solo confirman lo que ya se ve a simple vista en los escaparates de las inmobiliarias o en internet. Según el portal Indomio, en agosto de 2025 el precio medio del alquiler en Barbastro fue de 7,18 €/m² al mes, un 13,4 % más que un año antes.
Los que nos vamos, bastante hacemos con poder ahorrar algo mientras pagamos alquiler. Y los que se quedan, los padres y abuelos, miran con asombro un mercado que ya no reconocen. Ellos levantaron casas, se hipotecaron y pudieron vivir. Nosotros, con todo a favor, estabilidad y esfuerzo, seguimos esperando turno.
Barbastro no es Madrid ni falta que le hace, pero empieza a compartir sus síntomas: precios que suben más rápido que los sueldos, obra nueva que no llega y una brecha creciente entre quienes logran comprar y quienes solo pueden mirar escaparates. No se trata de perder la fe en el esfuerzo, pero sí de admitir que ya no siempre tiene premio. A veces, simplemente, no toca nada en la tómbola.







