Tal es el aspecto que nuestra ciudad ofrece a propios y extraños. Todos los días uno callejea, por obligación o por distracción, y no puede menos de sentir herida su sensibilidad: has de poner cuidado para no tropezar con las baldosas levantadas sobre el suelo desde hace tiempo y no resbalar en los montones de hojas semisecas que dejó la última tormenta, para no ensuciar los zapatos con los detritus de las mascotas a las que se les permite aliviarse en cualquier acera, para adivinar dónde estaban pintados algunos pasos de cebra, para…; la retahíla de desperfectos ciudadanos podría alargarse, sin contar con el lamentable aspecto de cualquier pared susceptible de soportar una pintada. Es una ciudad que da pena y no resulta atractiva, aunque uno la aprecie por ser su pueblo.
Y mientras caminas por las calles te preguntas: ¿a quién corresponde prestar la atención debida para que nuestra ciudad no parezca una ruina? Es inevitable que el punto de mira apunte hacia los servicios de limpieza, hacia quienes se encargan de la seguridad ciudadana por no hacer que se cumpla la vigente normativa de convivencia ciudadana y hacia los servicios municipales de mantenimiento. Y no te falta razón, porque si alguien ha de cuidarse de que la ciudad sea atractiva, es a ellos a quienes corresponde. Por fin, se ha debatido en un reciente pleno municipal una moción a favor de mejorar la limpieza y el mantenimiento de la ciudad. Bienvenida sea la moción, si contribuye a que se dé algún paso efectivo hacia la solución de un problema anquilosado.
Pero lo malo que tiene el pensar mientras caminas es que, además de que si te descuidas puedes tropezar, caes en la cuenta de que no sólo hay que mirar a quienes tienen la obligación de cuidar la ciudad, sino también a todos los que en ella vivimos y también tenemos la obligación de cuidar de ella como debemos cuidar de nuestra propia casa. De modo que el problema se hace más complejo y reclama también un tirón de orejas al ciudadano que deja los enseres que le sobran en cualquier lugar, que no controla donde micciona su mascota, que expresa sus sentimientos a golpe de brocha o que se sulfura si alguien se atreve a llamarle la atención cuando hace algo de esto.
Una ciudad limpia invita a ser cuidadoso con ella, mientras que una ciudad descuidada lleva a olvidar que las calles pueden convertirse en focos de infección y alimenta, amén de otros descuidos, la costumbre de dejar caer en el suelo papeles, plásticos y otros deshechos en lugar de tomarse la molestia de depositarlos en la papelera, con el riesgo de convertir nuestras calles en algo parecido a un estercolero. Mal que nos pese, todos y cada uno somos responsables del cuidado o descuido de nuestro pueblo.