Fiesta de la Asunción en Obarra. El obispo de Barbastro-Monzón, Mons. Ángel Pérez Pueyo celebró la eucaristía en el monasterio de Obarra. Lo hizo en compañía de mosé Laureano y con motivo de la solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Don Ángel saludó con afecto a los feligreses, describiendo la fiesta como un momento en el que «el cielo y la tierra se tocan. En esta iglesia centenaria, rodeados por las montañas y el murmullo del río, queremos decirle a María que la queremos y que confiamos en ella».
En su homilía, presentó la Asunción de la Virgen María como un anuncio de que Dios desea llevarnos a cada uno de nosotros al cielo. Inspirándose en las palabras del Papa Benedicto XVI, destacó que la Asunción es la «gran fiesta de la esperanza». Porque en ella «el amor ha vencido, la vida ha vencido, Dios ha vencido».
El obispo enfatizó que María era una mujer cercana. Una persona del pueblo, que sabía lo que era cuidar de una casa y trabajar con las manos, lo que la hace muy próxima a la gente. Siguiendo la idea de Benedicto XVI de que «en el cielo tenemos una Madre», Mons. Pérez Pueyo aseguró que María no se ha olvidado de la humanidad. Y que, desde la gloria de Dios, acompaña y protege a las personas.
La Asunción de María es la meta a la que Dios nos llama a todos. El obispo la comparó con «la primera del pueblo que ha llegado a la cima». Y también grita que «el camino no termina en la muerte, sino en la vida. En un mundo que tantas veces nos quiere hacer pensar que la muerte es el final, María es testigo de que el amor de Dios nos espera más allá», aseveró.
Finalmente, el obispo dejó tres «invitaciones» o encargos sencillos para el camino de los fieles: vivir con alegría -no dejemos que las dificultades nos roben la sonrisa-, cuidar de los demás -como ella cuidó de Jesús y de José, cuidemos de nuestra gente, sobre todo de los más frágiles- y mantener la fe -aunque el camino sea cuesta arriba, confiemos como María, que siempre dijo “sí” al Señor-. Don Ángel concluyó su homilía pidiendo que la gente se marche a casa sabiendo que tienen una Madre en el cielo que camina con ellos y que un día también están llamados a vivir eternamente en la casa del Padre