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Andrea Espuña Sierra A cuatro manos
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Virales

Andrea Espuña Sierra A cuatro manos
17 julio 2025

Cuando hace diez años empecé a estudiar Periodismo, ser viral significaba otra cosa y por supuesto, no era un objetivo. Hasta un año después, posverdad no se convertiría en palabra del año y, en aquel 2015, la idea de desinformación se miraba con lupa, como quien analiza un bicho raro.

Se hablaba de fake news, sí, pero con distancia. Como un fenómeno ajeno, algo que pasaba en otros países, en otras redacciones, en otra realidad.

Diez años después, no es que lo controlemos más. Es que hemos aprendido a vivir con ello. A asumirlo. Como quien deja de nadar contracorriente y flota. La mentira –o más bien, la ausencia de verdad– siempre ha estado ahí, solo que ahora se mueve a velocidad de clic. La ola ya no se ve venir: estamos dentro, intentando distinguir entre tanto ruido.

Un vídeo vale más que mil palabras, dos expertos, tres analistas y qué narices, la historia completa. Un desmayo provoca miles de carcajadas, cien comentarios ingeniosos pero ninguna pregunta sobre qué pasa ahora. ¿Es verdad o es mentira? ¿Grabar sin consentimiento es legal? ¿Hay que exigir responsabilidades?

Lo viral entretiene, pero también distrae. Se come el matiz, borra el contexto y convierte algo serio en espectáculo. Y el foco se pone en el teatro y no en el fondo, lo importante pasa de puntillas. Se diluye.
Y rizo el rizo. No solo lo viral resta atención a los temas importantes, es que también los temas importantes se vuelven virales y a cuantas más reproducciones, más ausencia de verdad.

“Torreciudad” y “obispo” han sido, junto a “desmayo”, las palabras que más han acompañado a Barbastro en los titulares estos últimos días. Y no por claridad, sino por confusión. Por ruido. Por ese efecto de bola de nieve que convierte una noticia en contenido viral sin contexto. A muchos medios nacionales les encanta titular con la palabra guerra, y más si al lado aparece Iglesia. Luego están los pseudoblogs, que publican sus propias verdades sin fuente ni contraste.

Este es un tema mucho más grave. Porque al final, entiendo que un teatro levante risas. Pero aquí, bastaba con leer el comunicado oficial de la diócesis. ¿El problema? Que una nota, por muy clara que sea, no lleva brillo. No tiene chispa. La verdad, sin drama ni espectáculo, tiene que ser muy escandalosa para colarse en el juego de la viralidad. A eso nos hemos acostumbrado y eso es lo que nos dan.
Pero justo por eso, como periodista, sigo creyendo que nuestro trabajo es resistir el ruido. Parar, contrastar, contextualizar. Recordar que la verdad sigue siendo valiosa, aunque no arda en redes.

Y tú, como lector/a, tienes todo el poder: elegir qué lees, qué compartes y lo más importante, cuándo parar a pensar.

Hazte preguntas. Es la única forma de no perder.

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