Napoleón Bonaparte enfrentó muchos desafíos durante sus campañas militares, cada a vez más alejadas de Francia. Y uno de los más difíciles fue garantizar que sus tropas recibieran la alimentación necesaria para resistir en las trincheras. Para resolverlo, convocó un concurso en el que se ofrecía un premio en metálico para quien inventara un sistema eficiente de conservación de los alimentos. Y fue el célebre chef Nicolas Happert quien lo consiguió. Al principio eran gruesas botellas de vidrio en las que se hervía los alimentos, un sistema que años más tarde se llamaría pasteurización. Pero pronto descubrieron que usando latas metálicas como envase en lugar de vidrio, el peso y el volumen se reducía considerablemente, siendo su transporte y almacenaje mucho más práctico.
No obstante, al llegar las latas al frente, los soldados se encontraron con un inconveniente inesperado: el inventor se había olvidado de crear el abrelatas. Como resultado se vieron forzados a abrir lo envases utilizando métodos peligrosos como bayonetas y disparos de fusil. Esta situación provocó numerosos heridos entre las filas de los combatientes, ejemplo trágico de cómo una buena idea puede convertirse en un problema real si no se meditan todos los detalles.
Esta narrativa histórica puede servirnos como una metáfora para ilustrar la situación actual del Estado español y su transición hacía un modelo de autonomías. En teoría, este tenía como objetivo acercar la administración a los ciudadanos, haciéndola más ágil y eficiente. Sin embargo, el resultado ha sido un aumento desmedido de la burocracia que ha creado una inmensa burbuja. A pesar de las buenas intenciones, la administración y el sistema burocrático no han sido realmente reformados.
Ahora el país se encuentra con una multiplicidad de normativas, comisiones, comités y reuniones interministeriales, que han de coordinarse cada vez que surge un problema; entidades que, en lugar de buscar soluciones efectivas, acaban produciendo nuevas leyes sobre las ya existentes creando una selva legislativa que crece sin límites y que tiene múltiples efectos. “¿Tenemos un problema? ¡Hagamos otra ley!”.
El primer efecto de todo esto es la disminución de la productividad de las administraciones, que ya es una de las más bajas del mundo; y el segundo, y acaso el peor, la frustración de los ciudadanos y la desincentivación para emprender o hacer cosas nuevas. Cientos de miles de problemas acaban en los tribunales, ya absolutamente colapsados. En un intento de remediar la sobrecarga judicial que asfixia a los juzgados, el gobierno parece optar por la creación de miles de puestos de trabajo: nuevos jueces y fiscales. Sin embargo, esto podría hacerse sin haber reforzado antes el sistema tradicional de oposiciones y la simplificación legislativa, lo que despierta temores de que la calidad y la efectividad de la administración y de la justicia se vean nuevamente comprometidos.
Estamos pues en una situación compleja, similar a la de las latas de Napoleón que, a pesar de su potencial, se convirtieron en un arma de doble filo. La historia de Happer y sus latas de conserva es un buen ejemplo de la falta de atención a los detalles cruciales en un sistema de innovación y administración y nos recuerda que, en cualquier reforma o cambio, es esencial no solo tener una buena idea sino también asegurarse de que todos los elementos necesarios para su implementación estén presentes. De lo contrario, se puede caer en la repetición de errores del pasado dejando de enfrentar un sistema burocrático que, en lugar de aliviar, termina generando más problemas que soluciones. En este país – que en el fondo es un gran país con gente y recursos de sobra– no necesitamos más latas, lo que necesitamos son abrelatas. De esa forma todavía es posible evitar que algún salvador venga a rescatarnos un día, armado con una espeluznante motosierra.