Tuve la suerte de participar en el reciente jubileo de los comunicadores y de ver al papa Francisco en la audiencia del 25 de enero, y en la misa del 26 y posterior saludo a la plaza desde los apartamentos pontificios. Ya entonces pudimos advertir su maltrecha salud y a la vez, un cariño enorme que le ayudaba a superar su estado físico. Recortó la audiencia y no leyó el discurso preparado pero, lejos de retirarse, dedicó unos 45 minutos a saludar a los participantes en la audiencia. Lo mismo hizo después de la misa del domingo 26 dentro de San Pedro.
Estos días de pre cónclave en tiempo de Pascua, alegría y esperanza, suponen una llamada a la responsabilidad de cada creyente para sumar y apoyar al nuevo papa. En silencio y paz. Abundan expertos y opinadores, que tienen su papel lógico, pero es el Espíritu Santo quien guía la Iglesia.
Creo que todo está dicho pero me gustaría resaltar su capacidad de transmitir y comunicar con palabras y gestos. Me quedo con sus zapatos tan gastados que pudimos en el féretro. Su tumba. Ejemplo de pobreza. Como fue verlo con su maletín en la mano, su vivienda, su pago personal de facturas. Su disponibilidad para escuchar y recibir preguntas era enorme.
Colegas contaban la fuerte impresión que produjo su rueda de prensa en el vuelo de regreso de Río de Janeiro a Roma, tras la JMJ. Un papa respondiendo a calzón quitado durante un largo tiempo, una hora, a todas las preguntas. Y destacaban lo extraordinario de esa conducta, imposible de ver en tantos mandatarios, y que a la vez suscitaba una corriente de simpatía y complicidad hacia el pontífice. Se huía de lo prefabricado, en beneficio de la autenticidad y el trato directo, persona a persona.
En un mensaje hecho público después de su muerte, el papa animaba a los jóvenes a escuchar, en una disposición que nos vale a todos. Aprender a escuchar, ponerse en la piel del otro, hacerse cargo, ver lo positivo, no precipitarse al juzgar, son actitudes de escucha que facilitan la comprensión y la misericordia, que resumen en mi opinión su capacidad de comunicación.
El papa de los gestos que nacen del corazón necesitaba contexto y rigor. Los riesgos del directo son indudables y pienso que el papa era su propio jefe de comunicación, en directo, sin intermediarios y supongo que con más de un quebradero de cabeza para los responsables vaticanos de comunicación.
Martínez Brocal, un periodista especializado en información vaticana, aludía a estos riesgos y señalaba “la velocidad con la que las redes sociales reproducían declaraciones descontextualizadas del papa (que) ha provocado malentendidos y comprensiones. Creo que esto ha envenenado la percepción sobre Francisco en algunas ocasiones, pero a medio plazo ha beneficiado a los medios especializados, pues ha suscitado mayor curiosidad, y mayor demanda de comprender los códigos que utiliza”.
Y, en su opinión, las ruedas de prensa “han tenido más ventajas que inconvenientes, han sido muy útiles. Le permitieron explicarse, han mostrado cómo la Iglesia tiene una actitud constructiva. Y me parece recordar que cuando se ha equivocado o ha usado expresiones coloridas, siempre ha pedido disculpas”.
Francisco decía que “tengo que utilizar todos los medios para acercarme a la gente” y sus frases, gestos, abrazos tenían una gran fuerza transformadora que interpelaba fuertemente. Recordar Lampedusa y tantas tragedias y sufrimiento llena de emoción, mueve a preguntarnos por las periferias no solo geográficas, sino también existenciales de cada uno: las del pecado, del dolor, de la injusticia, de la ignorancia.
En su mensaje del 25 de enero pasado nos pedía a los periodistas y empresarios de la comunicación contar historias de esperanza, pedía coraje y valentía. Era consciente de la urgente necesidad de salir al encuentro, de la iglesia en salida, no en casa y esperando. Hablaba de las 99 ovejas perdidas y sólo una en el redil. Fue lo que hizo aquel 25 de enero: dejar los papeles, salir y recorrer el Aula Pablo VI, dando afecto a cada uno de los presentes.