Comarcas

1972

Carlos Gómez Mur A cuatro manos
14 julio 2022

Cuando yo era mucho más joven de lo que soy ahora, pongamos 50 años más joven, los ministros del gobierno, todos hombres y vestidos habitualmente con traje oscuro, parecían gente respetable, lo mismo que los procuradores en cortes, los diputados de entonces.

Como no tenían que ganarse el voto, o tenían que ganarse sólo uno, no hacían campañas electorales y sus intervenciones públicas se limitaban a impostados discursos con motivo de alguna inauguración que luego se transmitían por la TV del régimen o en el NODO que obligatoriamente se emitía en los cines antes de la película.

La verdad es que el silencio les favorecía y les dotaba de un aura de misterio que estos de ahora, evidentemente, no tienen.

Por aquel entonces se publicó el libro del Forges, un dibujante de viñetas de 31 años, que contribuyó a desmitificar el régimen y a que viéramos a sus prohombres como lo que eran, políticos en activo, leales al régimen y algunos, pero no muchos, dedicados en exclusiva a la política, tratando de no hacer ni dejar de hacer nada que pudiera disgustar al que los había puesto allí. Más o menos como ahora.

En 1972 la dictadura se había relajado mucho, el dictador era un anciano de cerca de 75 años y España, que aún tardaría en entrar en las instituciones europeas y atlánticas, ya no era el país encerrado en sí mismo y con pretensiones autárquicas de los años 40 y 50, así que pudimos ver, a través de la plumilla de Forges, a ministros y procuradores aferrarse a los sillones, dormirse en el hemiciclo, votar unánimemente lo que se les pusiera por delante, aplaudir a cualquier interviniente, todos eran del mismo partido, o hilvanar discursos sin objeto mientras los obreros les desmontaban el atril.

Ese mismo año se publicó un informe del Club de Roma, elaborado a instancias del MIT, con el título los límites del crecimiento que puso sobre la mesa algo que parece obvio pero que, ni siquiera a estas alturas, cincuenta años después, acabamos de ver claro. Utilizando modelos matemáticos complejos y simulaciones informáticas, los autores, Donella y Denis Meadows et al, llegaron a la conclusión de que el ritmo de crecimiento nos llevaría a alcanzar la capacidad de carga del planeta en 100 años o, dicho de otra manera, que cualquier dinámica de crecimiento exponencial es insostenible en un planeta redondo y finito.

Veinte años después, en 1992, un segundo informe que ampliaba y actualizaba el anterior con el título más allá de los límites del crecimiento, y partiendo de datos recogidos en el ínterin, los daba por alcanzados, ochenta años antes de lo previsto.

España no estaba en 1972, y tampoco en 1992, en condiciones de poner límites al crecimiento. En este último año, la Expo, el mundial de fútbol, el AVE a Sevilla, la cumbre hispanoamericana, etc., inauguraron en España la época de los grandes fastos que, ciertamente, pusieron otra vez a nuestro país en el mapa de Europa.

La pertenencia a la UE y a la OTAN y años después la adopción de la moneda única nos pusieron, aparentemente, a cubierto de sobresaltos, con un Banco Central Europeo entre cuyas funciones estaba la de garantizar la estabilidad de precios y, por supuesto, la contención de la inflación.
Ni una cosa ni otra están ya garantizadas. El BCE es incapaz de mantener el poder adquisitivo del dinero y la inflación ha alcanzado los dos dígitos iniciando un proceso que suele terminar mal, siendo optimistas, o muy, muy mal siendo realistas. Aquí dentro la manía de fiarlo todo a los fastos continúa.

La reunión de la OTAN que, según propios y extraños ha sido una maravilla de organización, nada difícil contando con los escenarios en los que se ha desarrollado, parece haber obrado el milagro de poner en el mapa al presidente del gobierno y resarcirle de los desplantes de Mr. Biden.

En otro orden de cosas, la OTAN ha consagrado a Rusia como EL enemigo y para que vayan tomando nota de lo que cuesta enfrentarse con nosotros, este invierno no les venderemos ni gas ni petróleo. Que se fastidien y… Un momento, que no es así. Este invierno no les compraremos ni gas ni petróleo. Que se… Bueno, creo que me estoy liando y ya no sé lo que digo. Lo malo es que, probablemente, el gobierno, la UE y Biden tampoco.

El presidente del gobierno y su inefable ministra de economía han dejado de lado la euforia de días atrás y admiten la posibilidad, casi la certeza, de que tengamos un otoño invierno complicado por la falta de combustible y por la imposibilidad de parar el proceso inflacionario en el que estamos metidos. Supongo que podrían intentar hacer algo para mitigar los efectos de tanta calamidad en lugar de cabrearnos también con Argelia, nuestro habitual proveedor de gas.

Aquí en Aragón, dónde según el Heraldo, que cita fuentes del Ministerio de Agricultura, tenemos el 75% del territorio en riesgo de desertización y más de la mitad de los glaciares, incluidos los del Aneto y el Monte Perdido, casi desaparecidos, el gobierno va a optar por enésima vez a la organización de los juegos olímpicos de invierno de ¡2034!, después del fallido intento de organizar los de 2030 con nuestros vecinos catalanes.

Y esto ya ni siquiera parece algo descabellado porque, en realidad, no se trata de organizar nada sino de conseguir, a cuenta de esa hipotética organización, los recursos necesarios para seguir enterrando en hormigón buena parte de nuestras montañas.

El domingo bajaba yo de Sabiñánigo a Huesca con un holandés que se mostró bastante extrañado por el tamaño y la envergadura de la autovía A-23, una obra que, hoy por hoy, sería imposible continuar al otro lado del Pirineo, donde mantienen las vías de alta capacidad a prudente distancia de sus montañas. Del tren, por supuesto, nadie sabe nada, nadie dice nada y a nadie le interesa. Una pena.

Y en Barbastro salimos de la somnolencia invernal para entrar en la somnolencia veraniega. Pasaremos el verano de fiesta en fiesta hasta bien entrado el otoño y entonces ya se verá.

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