Pero no contra los niños que juegan, ni contra los balones que botan, ni contra las madres que gritan “¡cuidado!”. Protesto contra la idea de que una plaza tiene que ser un lugar silencioso y, a ser posible, ordenado.
La semana pasada leí en estas páginas la carta de un vecino que, grosso modo, pedía que los niños fueran menos niños. Hablaba de balones, patinetes y juegos como si fueran una amenaza para el equilibrio urbano. Y hasta cierta manera, entiendo el hartazgo. Entiendo que a veces los patinetes van como locos, que hay bicis que no deberían estar en la acera y que hay que controlar dónde acaban los remates. Pero de ahí a convertir el juego en un problema, hay un salto que no pienso aplaudir.
Porque mientras alguien escribe “protesto por jugar al balón en la plaza del Mercado”, ganan los móviles por goleada.
La mayoría de los niños españoles pasa cuatro horas al día frente a una pantalla fuera del horario escolar y tiene su primer móvil a los doce años. Una edad que, por cierto, solo el 22 por ciento de los padres considera adecuada, y de la que casi la mitad se arrepiente después. Lo dice un informe de Qustodio basado en datos de 2024 de más de 23.000 familias españolas.
Pero claro, eso no rebota ni interrumpe una conversación. Un móvil apenas incomoda, no ocupa espacio, no molesta al resto. No se ríe, ni grita ni corre. Solo absorbe horas. Así que, por favor, dejemos a las plazas ser plazas y a los niños ser niños.